«Merricat, dijo Connie, ¿una taza de té querrás?
Oh, no, dijo Merricat, me envenenarás.
Merricat, dijo Connie, ¿quieres ir a dormir?
¡Bajo tierra te vas a pudrir!»
Oh, no, dijo Merricat, me envenenarás.
Merricat, dijo Connie, ¿quieres ir a dormir?
¡Bajo tierra te vas a pudrir!»
Shirley Jackson
Shirley
Jackson (San
Francisco, 14 de diciembre de 1916-North Bennington, 8 de agosto de 1965) fue
una cuentista y novelista estadounidense especializada en el género de terror.
Fue popular durante su vida y en los últimos años su obra ha recibido una
creciente atención por parte de la crítica. Influyó grandemente en autores como
Joanne Harris, Stephen King, Nigel Kneale, Neil Gaiman
y Richard Matheson o la británica Sara Waters.
El
crítico literario Stanley Edgar Hyman, marido
de Jackson, escribió en el prefacio de la antología póstuma de su obra que "ella rechazaba ser entrevistada,
explicar o promover su trabajo de cualquier forma, o tomar posiciones públicas
y ser la experta de los suplementos del domingo. Ella creía que sus libros
hablarían por ella lo suficientemente claro a lo largo de los años".
Hyman insistía en que las visiones oscuras encontradas en el trabajo de Jackson
no eran, como algunos críticos decían, un producto de sus "fantasías
personales, incluso neuróticas", sino que más bien comprendían "una anatomía sensible y fiel" de la
era de la Guerra Fría en la que vivió, "símbolos
adecuados para [un] angustioso mundo del campo de concentración y la Bomba".
A
pesar de que Jackson decía haber nacido en 1919 debido a la presión social por
estar casada con un hombre más joven, los registros de nacimiento recogían que
vino al mundo en 1916. Su relación con su madre fue tensa y se veía a menudo
incapaz de encajar con otros niños y pasaba mucho tiempo escribiendo, para
angustia de su madre. En uno de sus ensayos escribe: “Cuando empezaba a escribir historias y esconderlas en el escritorio
solía pensar que nadie había estado nunca tan solo como yo estaba, y solía
escribir sobre gente solitaria… Pensaba que yo estaba loca y que escribiría
sobre cómo los únicos sanos son quienes están condenados como locos y cómo el
mundo es cruel y estúpido y temeroso de la gente que es diferente”. Su voz
recuerda a la de Merricat, solitaria, infantil, defensiva.
Tras
casarse con el crítico literario Stanley Edgar Hyman, el único hombre que se
había fijado en ella, Jackson se convirtió en el ama de casa tradicional de
mediados de siglo. En esa época escribía ensayos ligeros para revistas
femeninas y crónicas familiares que llegó a materializar en dos libros
autobiográficos sobre la crianza de sus hijos: Life Among the Savages (1953) y Raising Demons
(1957). La intelectualidad de la época la menospreciaba por las piezas que
escribía para revistas femeninas
como «Good Housekeeping», «Mademoiselle», «Woman’s Day» o «Woman’s Home
Companion». Se trataba, en realidad, de autorretratos cómicos que Jackson
pergeñaba, en parte por diversión y en parte para mantener a su familia. «A
muchos críticos les costaba imaginar que “La
lotería” y “Aquí estoy, lavando
platos de nuevo” pudieran haber salido de la misma máquina de escribir
Royal.
Shirley Jackson, con sus cuatro hijos y el perro, en su domicilio en 1956. - ERICH HARTMANN / MAGNUM |
Según
los biógrafos de Jackson, el matrimonio estuvo plagado de infidelidades de
Hyman. Él controlaba la mayoría de los aspectos de la relación, obligando a
Jackson a aceptar sus infidelidades y controlando las finanzas (le entregaba a
Jackson partes de lo que ella misma ganaba según su criterio), a pesar de que
el éxito de La Lotería y sus trabajos posteriores hicieron que ganase
mucho más que él. También insistió en que ella criara a los niños y se
encargase de todas las tareas domésticas. Ella adolecía de este trato condescendiente
en su papel de mujer de profesor y del ostracismo al que la condenaron los
habitantes de North Bennington, sintiéndose oprimida por su marido y ambiente.
Su desagrado ante la situación condujo a un creciente abuso del alcohol, los
tranquilizantes y las anfetaminas, influenciando los temas de gran parte de su
trabajo posterior.
Según
revela su más reciente biografía, «Shirley
Jackson: A Rather Haunted Life», escrita por Ruth Franklin,
la autora sufría, desde niña, depresión,
ansiedad y agorafobia. De hecho, en los últimos meses de su
vida fue incapaz de salir de su habitación. En 1965, Shirley Jackson murió de
un ataque al corazón mientras dormía, a la edad de 49 años.
Tenía sobrepeso y fumaba mucho, por lo que había sufrido durante años
problemas de salud relacionados con estos dos problemas. Cerca del final de su
vida, Jackson acudía al psicólogo para tratar su ansiedad severa, que la había
mantenido en casa prácticamente todo el año anterior. El
doctor le prescribió barbitúricos, en un tiempo en el que se consideraba un
fármaco seguro e inofensivo. Durante muchos años antes, Jackson recibió
prescripciones periódicas de anfetaminas para perder peso, que pudieron haber
agravado inadvertidamente su ansiedad, dejándola en un círculo de abuso de fármacos
en el que tomaba los dos medicamentos para contrarrestar el efecto de cada uno.
Algunos de estos factores, o una combinación de los dos, pueden haber
contribuido al declive de su salud y su prematura muerte.
A
Jackson le gustaba decir que era una bruja, hablar con los gatos, coleccionar
libros de ocultismo, visitar casas antiguas. Era rara. Como su
literatura. Quizá por eso hayan tenido que pasar tantos años para ser apreciada.
Obra
Escribió
seis novelas, más de cien relatos, dos libros autobiográficos y media docena de
escritos infantiles, además de varios ensayos. Su primera novela fue The Road Through the Wall
(1948), donde podemos observar como su estilo y modus operandi se abren paso,
en su relato descriptivo de una pequeña ciudad de América, convirtiéndola por
temática casi en una pieza complementaria de “La Lotería”. Para publicitarla se
les ocurrió a sus editores afirmar que su autora había practicado brujería, cosa que molestaba a Jackson ya que pensaba que
banalizaba su trabajo.
Un cuento tremendo
Y
no se concibe un artículo sobre la autora sin recordar el cuento que la haría
famosa, o más bien desagradablemente famosa, y que durante muchos años la
acompañó como coletilla escandalosa. Jackson fue ‘la’ autora de ‘La lotería’.
Un relato extremo, que hoy integra el volumen ‘Cuentos escogidos’ y
que su nieto Miles Hyman convirtió en un cómic de apariencia feliz (Nórdica). A Jackson ‘La lotería’ la
marcó a fuego. Aunque ella publicaba para revistas
femeninas como hemos señalado y cuando las revistas femeninas recogían artículos
de autores de renombre, también lo hacía
en el ‘New Yorker’. Allí en 1948 apareció el relato y a los ‘buenos’ burgueses
que lo leyeron se les indigestó el día, ante lo que interpretaron como una
agresión al buen gusto. Como escribió Joyce Carol Oates en el prólogo a sus
cuentos: “'La lotería' sugiere que la clase media norteamericana, sin ir más
lejos, los lectores del ‘New Yorker’, no tienen una mentalidad tan diferente a
los linchadores nazis”. Tampoco hay que olvidar que el cuento, un cuento sobre
la lapidación, apareció en plena fiebre mcarthista. La publicación causó tanto
revuelo que varios centenares de lectores se dieron de baja en la subscripción
y la autora recibió una buena dosis de odio, lo menos indicado para una
sensibilidad más bien inestable.
Otras
novelas fueron: Hangsaman (1951), The Bird's Nest (1954), The
Sundial (1958) y La maldición de Hill House (1959), esta última una
adaptación moderna de la clásica novela
gótica. Narra la
historia de un científico y filósofo que lleva años entregado al estudio de las
perturbaciones psíquicas que se dan en las casas encantadas, hasta que oye
hablar de Hill House. Decide alquilarla y reunir un pequeño equipo para
intentar recabar pruebas, viviendo experiencias alucinantes. La obra representa
muy bien el estilo de su autora: nunca estridente ni sensacionalista, su voz
narrativa es serena, hasta fría emocionalmente, pero exquisitamente precisa en
su imaginería y en la elección de vocablos. La maldición de Hill House ha sido considerada por
autores como Stephen
King, como una de
las más importantes obras de horror del siglo XX.
Netflix nos presenta una serie basada en el tema de la casa encantada. Sirviéndose de flashbacks, una familia rota se
enfrenta a los perturbadores recuerdos de su viejo hogar y de los terroríficos
eventos que hicieron que lo abandonaran.
Protagonizada por:Michiel Huisman,Carla Gugino,Timothy
Hutton
Creada por:Mike Flanagan
TRAILER:
SIEMPRE HEMOS VIVIDO EN EL CASTILLO
Traducción de Paula Kuffer Dinerstein. Barcelona:
Minúscula, 2012.
Una buena historia de terror no necesita magia, ni monstruos, ni
sangre para producir escalofríos; la perversidad del ser humano,
trabajada con esmero, es más que suficiente. Siempre hemos
vivido en el castillo (1962), su última novela,
se sirve de una poderosa voz narrativa, la de Mary Katherine (Merricat)
Biackwood, una niña inteligente, singular y... cruel. El
peso de la obra está en sus palabras, en la forma de contar
su verdad. Todo lo que se necesita saber sobre ella se resume en ese primer párrafo brillante con el que se presenta: Merricat vive con su hermana
Constance, a la que adora, con su anciano tío Julián y su gato Jonas en un caserón apartado
del pueblo más próximo. Tiene unas costumbres peculiares
(por algo es tan singular) y el resto de sus familiares murieron por
envenenamiento.
Y nada mejor
que sus palabras para definirse:
Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi
hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido
una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he
tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni
el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita
phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto.
Y la voz de la protagonista, Mary Katherine Blackwood,
Merricat, quien cuenta cómo se siente odiada por los habitantes del pueblecito
en contraste con la felicidad que le procura su aislamiento en la mansión. A
través de su voz, el lector comprende que algo extraño ocurre con Merricat y su
familia, que algo no está bien, desde el principio. Es la maestría de Shirley
Jackson dando voz a su protagonista la clave de esta historia de miedo que
resulta fascinante desde su primer párrafo hasta su opresivo (in crescendo)
desenlace. Los peculiares personajes de la historia proyectan su pasado en la
clausurada mansión Blackwood, que se conserva inquietantemente igual que el
último día en el que toda la familia estuvo reunida bajo su techo. Esa
sensación opresiva de aislamiento y cautividad acompaña al lector durante toda
la historia y contribuye, como magnífico telón de fondo, a intensificar la
atmosfera de miedo y suspense de este clásico de la literatura. No espere el
lector, ningún elemento sobrenatural en esta novela sino la incertidumbre y el
horror de la maldad humana (a veces producto del apasionamiento del momento,
otras, calculada y mezquina como la naturaleza del primo Blackwood) y la
desconcertante inocencia de su narradora.
Jackson plantea el tema del aislamiento —ella misma padeció agorafobia y neurosis, y ya trató el asunto en una novela anterior, La maldición de Hill House (1959)— como eje del comportamiento de las hermanas. Merricat, a pesar de ser
la pequeña, mueve los hilos del hogar, y lo hace con un único propósito: conseguir que todo siga igual.
Ella y Constance, juntas para siempre, juntas en su castillo. Ese «para siempre» es su obsesión, el fin que
justifica el control que ejerce en la mansión. Las
salidas al pueblo para comprar lo necesario están calculadas
al milímetro; el contacto con los lugareños nunca va más allá de las fórmulas de
cortesía, no se divierte con ellos, no hace amigos. De hecho, en la localidad
no quieren
mucho a las Biackwood por lo que ocurrió en el
pasado. Las jóvenes llevan una dinámica que se retroalimenta por ambas partes: el encierro voluntario y
la hostilidad de la gente (un espléndido retrato del trastorno, por un
lado, y de hasta dónde pueden llegar los prejuicios, por el
otro). Al menos, viven así hasta que ocurre algo que aviva el miedo
al cambio de la narradora.
Lo único cercano al fenómeno paranormal son las supersticiones
de Merricat y
sus pequeñas prácticas de magia, pero no importan, porque la
fuerza de Siempre hemos vivido en el castillo reside en la psicología de la protagonista, su ambigüedad, su
complejidad, su ironía. Merricat, un personaje redondo,
ingenuo y maquiavélico a la vez, lleno de aristas que se
desvelan con sutileza en su discurso.
Merricat, inolvidable. La tensión no nace de
los hechos, sino de la patología desde la que se miran, una patología en la que el lector entra de inmediato, porque para leer
este libro hay que llenarse de Merricat y dejarse guiar por ella, jugar con
ella. Solo así se puede entender la implicación emocional subyacente en la intriga de la novela. Jackson, como buena
escritora meticulosa, aprovecha cada frase, cada palabra, para construir una
historia breve en la que todas las piezas del engranaje funcionan. Ahí está el verdadero miedo, el verdadero terror
psicológico: en la fascinante personalidad de Merricat. Ahí están las razones por las que Siempre
hemos vivido en el castillo es una auténtica obra maestra.
De
la mano de sus obras, la autora profundiza cada vez con más interés en el
psiquismo de la mujer perturbada, siguiendo la estela de El papel amarillo de Charlotte
Perkins Gilman o Jane
Eyre de Charlotte Brontë. De hecho, ha sido calificada como
proto-feminista debido a que, antes del auge del feminismo en los años 60, ya
describe el angustioso mundo femenino como una expresión metafórica de la
soledad desesperada de una mujer soltera en una sociedad en la que un marido
era esencial para la aceptación social. Años después de Jackson, la feminista
Betty Friendan definirá al ama de casa de 1950 como una “esquizofrénica
virtual”. Siempre
hemos vivido en el castillo da buena cuenta de esta cuestión.
Bordeando siempre la demencia, Constance, ama de casa perfecta, sueña con una
libertad a la que teme, conformándose con el único hombre al que tiene acceso,
Charles, o con una vida de dedicación a los demás. Al contrario, Merricat es la
“mujer lobo”, como ella misma se define, expresión de lo impulsivo, el deseo,
lo infantil, lo supersticioso, lo irracional, expresión del trastorno y, así,
de la libertad.
Durante
la novela se repiten las referencias a la brujería, la superstición y la magia.
Merricat toma objetos y los otorga un poder simbólico como armas frente al
opresivo mundo exterior. Constance y ella viven condenadas como lo estuvieron
las brujas de Salem (Jackson, por cierto, escribió un libro infantil titulado The Witchcraft of Salem Village
en 1956). La fama de Jackson al comienzo de su carrera, de hecho, fue provocada
porque sus editores, y ella misma, explotaron la idea de que practicaba la
brujería. Aunque finalmente fue desmentida ante la expectación que generó entre
el público, los críticos literarios de su tiempo desestimaron su labor como
escritora desplazándola al segundo plano de la parafernalia gótica de terror
barato. Durante estos años, llegó a ser apodada por el Time Magazine como
“Virginia Werewolf”. Este término guarda varios significados que se asocian con
la imagen pública de la escritora en sus tiempos: además de atreverse a
publicar sobre mujeres en un mundo masculino, era una persona rara, se
consideraba a sí misma una “bruja amateur” y no cumplía con el estereotipo
femenino de belleza. Ahora nos acercamos a comprender aún mejor su conexión
personal con Merricat, la mujer lobo.
Otra
de las lecturas de la obra es la que hace su marido en el libro anteriormente
mencionado La Magia
de Shirley Jackson. Mientras denuncia que se tome la literatura de
Jackson como una fantasía neurótica personal, defiende que sus obras son “una
anatomía fiel y sensible de nuestros tiempos, símbolos que encajan con nuestro
mundo angustiante de campos de concentración y la Bomba”. Masas de gente que
actúan movidas por un impulso irracional de destrucción, que efectúan actos de
violencia gratuita sin cuestionar el porqué, o el ataque gratuito de una
colectividad entera a la minoría, son escenas frecuentes en los años de la
Segunda Guerra Mundial y también en Siempre
hemos vivido en el castillo, entre otras obras de la escritora.
Quizás no estábamos tan desencaminados cuando comparábamos a Merricat con Anna
Frank. De hecho, Hyman, el marido de Jackson, era judío. Por esto mismo, ella
siempre se mostró en contra del antisemitismo y profundamente afectada por los
hechos acontecidos durante la Segunda Guerra.
PELÍCULA:
El 17 de
Mayo del 2018 llegó a los cines Siempre
hemos vivido en el castillo, adaptación de la novela de Shirley
Jackson y que tiene bastantes cosas en común con la citada La maldición de Hill House. Para
la ocasión, no han escatimado en gastos, como podemos observar por el cuidado
aspecto visual o el interesante reparto formado por Alexandra Daddario, Crispin Glover, Taissa Farmiga y Sebastian Stan. Dirige Stacie Passon, en su opera
prima tras hacer sus pinitos en diversos episodios televisivos de series como American Gods (2017-¿?) o The Punisher (2017-2019).
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