sábado, 8 de diciembre de 2018

NOVELAS DE NAVIDAD


Pinchando en las imágenes y enlaces que aparecen a continuación tendrás un listado de novelas con temática navideña:

http://www.eraseunavezqueseera.com/2013/11/25/novelas-navidenas/



LIBROS PARA REGALAR EN NAVIDAD, 2018


Todo el bien y todo el mal de Care Santos


Se trata de una novela que genera planteamientos profundos. Reina es la protagonista de 'Todo el ben y todo el mal', donde parece tenerlo todo: un marido, un exmarido, un amante, un hijo adolescente, un trabajo que le encanta con un buen sueldo€ Sin embargo, esa felicidad se ve rota en medio de un viaje de trabajo cuando recibe una llamada con una noticia terrible para ella. Es entonces cuando se le presentarán cuestiones incómodas sobre la realidad de su vida.

Yo, Julia de Santiago Posteguillo


La obra de Santiago Posteguillo logró el último Premio Planeta. 'Yo, Julia' es una novela de carácter histórico que cuenta las vivencias de Julia Domna, esposa del gobernador Severo. En el 192 d.C. ella tiene una visión de forjar una dinastía romana, algo que la lleva a una batalla diplomática y vital ante los hombres con mayor poder en el Imperio romano.

 

 Los señores del tiempo



El esperado desenlace de la Trilogía de la Ciudad Blanca.
El misterio llega a su fin.
Sinopsis de Los señores del tiempo:
Vitoria, 2019. Los señores del tiempo, una épica novela histórica ambientada en el medievo, se publica con gran éxito bajo un misterioso pseudónimo: Diego Veilaz.
Victoria, 1192. Diago Vela, el legendario conde don Vela, retorna a su villa después de dos años en una peligrosa misión encomendada por el rey Sancho VI el Sabio de Navarra y encuentra a su hermano Nagorno desposado con la que era su prometida, la noble e intrigante Onneca de Maestu.
Unai López de Ayala, Kraken, se enfrenta a unas desconcertantes muertes que siguen un modus operandi medieval. Son idénticas a los asesinatos descritos en la novela Los señores del tiempo: un envenenamiento con la «mosca española» ―la Viagra medieval―, unas víctimas emparedadas como se hacía antaño en el «voto de tinieblas» y un «encubamiento», que consistía en lanzar al río a un preso encerrado en un tonel junto con un gallo, un perro, un gato y una víbora....

Unai López de Ayala acabará descubriendo que Los señores del tiempo tiene mucho que ver con su propio pasado. Y ese hallazgo cambiará su vida y la de su familia.
 

A merced de un Dios salvaje de Andrés Pascual

Este thriller psicológico se ambienta en La Rioja, donde un niño de 11 años se adentra por primera vez en las bodegas familiares. Su aspecto recuerda en el pueblo al del hermano menor de su madre, desaparecido veinte años antes. Este hecho provoca el pánico en la localidad, puesto que temen que vuelva a ocurrir lo mismo con el niño.


 

Chicago de David Mamet

Otro título para seguidores de la novela negra llega de la mano de David Mamet, un autor que hacía 20 años que no escribía. El libro se ambienta en el Chicago de los años 20, donde el protagonista, Mike Hodge, reconvertido a periodista de sucesos tras ser aviador del ejército, investiga la muerte de la mujer que ama, Annie Walsh, quien ha sido asesinada.

 
Nada que no sepas
de María Tena

Esta novela, Premio Tusquets 2018, regresa al episodio que marcó el final abrupto de la adolescencia de la narradora y de la etapa más feliz de su familia. En concreto, la muerte de su madre en Uruguay a finales de los sesenta, en un momento en el que su vida se movía entre fiestas elegantes, días en la playa o divertidas celebraciones. Así, la protagonista se reencuentra con personas presentes en su infancia para conocer el motivo por el que se fue tan rápido a España con su hermano tras el inesperado fallecimiento.

 Mujeres en lucha: 150 años de reivindicacion en lucha
Para quienes quieren acercarse de una manera desacomplejada y didáctica a la historia de lucha feminista. Marta Breen y Jenny Jordahl nos proponen una novela gráfica que trata sobre la lucha por los derechos de la mujer en todo el mundo, unos derechos que hay que pelear día a día, porque en este tema no hay capítulos cerrados todavía.

 Aroma árabe: recetas y relatos
Para cocinillas a los que no solo les gustan las recetas, sino todo lo que envuelve el buen comer, que no deja de ser arte, vida, viajes, recuerdos… En esta obra, Salah Jamal reúne todo un recetario de la cocina árabe junto con relatos históricos, costumbres culinarias y muchas anécdotas sobre la vida en el mundo árabe.




Reina roja

Para amantes de la novela negra. Juan Gómez-Jurado ha creado un personaje que no podrá dejar de fascinarte y lo ha convertido en la protagonista de su novela. Se trata de Antonia Scott, una mujer de una inteligencia clarividente que no es ni policia ni detective, pero que, a lo Miss Marple, resuelve crímenes. Antonia lleva tiempo sin salir de su ático de Lavapiés cuando oye unos pasos en la escalera que lleva a su casa y sabe que la inesperada visita no le va a gustar…

La hija del relojero
Para seguidores de la autora Kate Morton y amantes de la novela en general. En esta sexta novela, Morton nos fascina con una historia contada por varias voces a través del tiempo. Un  libro de bocetos hará que Elodie Winslow recuerde una historia que su ya fallecida madre le contaba cuando era pequeña y el hecho de que se ponga a escarbar hará que se encuentre con un asesinato y un robo que veremos si puede esclarecer y que la llevarán a revisitar su pasado familiar.



FELIZ NAVIDAD 2018


Al buscar un relato navideño y dejando de lado a Dickens, he encontrado esta pequeña joya del escritor norteamericano Paul Auster. En esta historia nos encontraremos todos los detalles característicos de las narraciones navideñas: la ancianita ciega, el joven bonachón que hace feliz a la anciana en sus últimos días, la comida navideña y hasta el regalo, aunque este se disfrace de otra cosa...

Este breve cuento dio lugar a la película Smoke del director Wayne Wang quien quedó fascinado tras su lectura y decidió proponerle a Auster que escribiera un guión para adaptarlo al cine. Auster aceptó, y como resultado nació la película, que aprovecha los dos brillantes detalles del cuento original. Aparte de los motivos del cuento de Auster, poco más habría que reseñar de este film. Sin embargo, debo recomendar la música de Rachel Portman, es difícil leer el cuento sin imaginar su melodía de fondo.

¡Ah! se me olvidaba, que descanséis, que disfrutéis de la familia, de los amigos... y que el 2019 os traiga todo aquello que deseáis.


¡¡¡FELIZ NAVIDAD Y UN PRÓSPERO 2019!!!

El cuento de navidad de Auggie Wren", de Paul Auster
Le oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó.
Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años. Él trabaja detrás del mostrador de un estanco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y como es el único estanco que tiene los puritos holandeses que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo. Durante mucho tiempo apenas pensé en Auggie Wren. Era el extraño hombrecito que llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el personaje pícaro y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir acerca del tiempo, de los Mets o de los políticos de Washington, y nada más.
Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista en la tienda cuando casualmente tropezó con la reseña de un libro mío. Supo que era yo porque la reseña iba acompañada de una fotografía, y a partir de entonces las cosas cambiaron entre nosotros. Yo ya no era simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido en una persona distinguida. A la mayoría de la gente le importan un comino los libros y los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un artista. Ahora que había descubierto el secreto de quién era yo, me adoptó como a un aliado, un confidente, un camarada. A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría yo dispuesto a ver sus fotografías. Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera manera de rechazarle.
Dios sabe qué esperaba yo. Como mínimo, no era lo que Auggie me enseñó al día siguiente. En una pequeña trastienda sin ventanas abrió una caja de cartón y sacó doce álbumes de fotos negros e idénticos. Dijo que aquélla era la obra de su vida, y no tardaba más de cinco minutos al día en hacerla. Todas las mañanas durante los últimos doce años se había detenido en la esquina de la Avenida Atlantic y la calle Clinton exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de exactamente la misma vista. El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil fotografías. Cada álbum representaba un año diferente y todas las fotografías estaban dispuestas en secuencia, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas debajo de cada una.
Mientras hojeaba los álbumes y empezaba a estudiar la obra de Auggie, no sabía qué pensar. Mi primera impresión fue que se trataba de la cosa más extraña y desconcertante que había visto nunca. Todas las fotografías eran iguales. Todo el proyecto era un curioso ataque de repetición que te dejaba aturdido, la misma calle y los mismos edificios una y otra vez, un implacable delirio de imágenes redundantes. No se me ocurría qué podía decirle a Auggie; así que continué pasando las páginas, asintiendo con la cabeza con fingida apreciación. Auggie parecía sereno, mientras me miraba con una amplia sonrisa en la cara, pero cuando yo llevaba ya varios minutos observando las fotografías, de repente me interrumpió y me dijo:
—Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio.
Tenía razón, por supuesto. Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver nada. Cogí otro álbum y me obligué a ir más pausadamente. Presté más atención a los detalles, me fijé en los cambios en las condiciones meteorológicas, observé las variaciones en el ángulo de la luz a medida que avanzaban las estaciones. Finalmente pude detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de los diferentes días (la actividad de las mañanas laborables, la relativa tranquilidad de los fines de semana, el contraste entre los sábados y los domingos). Y luego, poco a poco, empecé a reconocer las caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino de su trabajo, las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas, viviendo un instante de sus vidas en el objetivo de la cámara de Au-ggie.
Una vez que llegué a conocerles, empecé a estudiar sus posturas, la diferencia en su porte de una mañana a la siguiente, tratando de descubrir sus estados de ánimo por estos indicios superficiales, como si pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera penetrar en los invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos. Cogí otro álbum. Ya no estaba aburrido ni desconcertado como al principio. Me di cuenta de que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.
—Mañana y mañana y mañana —murmuró entre dientes—, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos.
Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Eso fue hace más de dos mil fotografías. Desde ese día Auggie y yo hemos comentado su obra muchas veces, pero hasta la semana pasada no me enteré de cómo había adquirido su cámara y empezado a hacer fotos. Ése era el tema de la historia que me contó, y todavía estoy esforzándome por entenderla.
A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?
Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras "cuento de Navidad" tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.
No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.
—¿Un cuento de Navidad? —dijo él cuando yo hube terminado. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.
Fuimos a Jack’s, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.
—Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.
"Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carnet de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carnet, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?
"Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.
"La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.
"—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.
"Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.
"—Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.
"Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.
"Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.
"—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.
"No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.
"No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.
"Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.
"—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.
"Al cabo de un rato, empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.
"Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de seis o siete cámaras. De treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.
"No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.
—¿Volviste alguna vez? —le pregunté.
—Una sola —contestó. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.
—Probablemente había muerto.
—Sí, probablemente.
—Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.
—Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.
—Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
—Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
—La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.
—Todo por el arte, ¿eh, Paul?
—Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.
—Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no?
—Sí —dije—. Supongo que sí.
Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.
—Eres un as, Auggie —dije—. Gracias por ayudarme.
—Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?
—Supongo que estoy en deuda contigo.
—No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.
—Excepto el almuerzo.
—Eso es. Excepto el almuerzo.
Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.
Paul Auster, Smoke & Blue in the face, Editorial Anagrama.

Aquí tienes el fragmento de la película en la que Harvey Keitel le explica esta historia navideña al alter ego de Pual Auster William Hurt:




"EL SEÑOR PIP", Lloyd JONES


“Siempre era un alivio volver a Grandes esperanzas. Contenía un mundo que era íntegro y, a diferencia del nuestro tenía sentido.” 


La novela “El señor Pip” del neozelandés Lloyd Jones es un libro que podemos calificar como metaliterario, es decir, literatura que habla de literatura, en este caso, de la novela “Grandes esperanzas” de Charles Dickens, y de cómo puede influir un libro en la vida de una persona ¿Puede llegar a cambiar la vida de alguien? Posible o imposible, pero para los amantes de la lectura entre los que me incluyo esta premisa nos ha de parecer fascinante. En esta novela la lectura de una novela puede cambiarlo todo, la forma de ser y de sentir y hasta el curso de los acontecimientos. Tengo que señalar mi debilidad ante los libros que hablan de libros y no es de extrañar que este libro me parezca entrañable. Creer que la lectura tiene  la capacidad de cambiar el mundo puede resultar ingenuo, seguramente, pero al igual que Matilda para mí la lectura me ha permitido descubrir mundos, personalidades y circunstancias que de otra manera no habría podido conocer ni vivir,   procurarnos otra vida”, Harold Bloom dijo alguna vez que la lectura nos aporta el don de la alteridad; esto es, cambiar nuestra perspectiva por una ajena, ya sea la del personaje, la del narrador o la del autor, y observarlo todo desde otro punto de vista. Es un ejercicio mental: la alteridad otorga flexibilidad de pensamiento, y elude la comodidad de permanecer encallados en la idea de que nuestra propia cosmovisión es la única posible. Por tanto, estoy convencida,  que te hace una persona más libre y seguramente más tolerante. Por todo ello es evidente que este libro me ha llegado muy al fondo. 


EL AUTOR 

Lloyd Jones (foto Salamandra)
Jones en 2012
Lloyd Jones nació en Nueva Zelanda en 1955 y estudió Ciencias Políticas, pero nunca llegó a graduarse por la multas acumuladas en la biblioteca durante su último año de estudios. Ejerció como periodista varias años antes de dar el salto a la literatura. Ha publicado un volumen de relatos y ocho novelas, entre las que se encuentran Biography o The Book of Fame.
Con la publicación de El Señor Pip, Lloyd Jones se convirtió en uno de los escritores más célebres de Nueva Zelanda, y merced al boca oreja, el libro se encumbró hasta el primer lugar de las listas de éxitos de su país y Australia. Con esta novela se dio a conocer a nivel internacional, recibiendo numerosos premios y distinciones, entre ellos fue Ganador del Premio de la Commonwealth en 2007 e inesperado finalista del Premio Man Booker, ese mismo año.




EL SEÑOR PIP

EDITORIAL: Salamandra
ISBN: 9788498381795
FECHA DE PUBLICACIÓN: 1 de Octubre de 2008

RESUMEN DEL ARGUMENTO 



La historia se desarrolla en años muy cercanos, 1991 y siguientes, durante la guerra civil que asoló Papua-Nueva Guinea. El personaje principal es una niña, Matilda, una niña negra, adolescente, que vive en la pequeña isla de Bougainville, en medio del Océano Pacifico, cuando se inicia la historia tiene 13 años. Es un territorio que pertenece a Papua-Nueva Guinea. La vida en la isla es sencilla, calmada, sin demasiadas complicaciones, en realidad tienen todo lo que necesitan: un clima cálido, frutas, cerdos, un mar con muchos peces, techos enclenques y una escuela.  Tiene minas de cobre, explotadas por multinacionales y muchos nativos están empleados en la extracción del mineral. La guerra civil se originó precisamente, porque los rebeldes declararon la guerra  a la compañía que explotaba la mina y eso hizo que interviniese el ejército de Papua-Nueva Guinea, los “pieles rojas”. Esto instaura un tiempo de inseguridad y miedo, que en un lugar como ese resulta antinatural.

Isla bouganville:GOOGLE MAPS




Todos los hombres blancos de la isla la abandonan cuando se producen las primeras escaramuzas. Todos menos el señor Watts. Es una persona singular, ya de edad avanzada, delgado, que vive en la isla desde hace años en compañía de su esposa, no se sabe nada de él ni llegaremos a saberlo, él nos cuenta su historia, pero vemos claramente que fabula sobre ella y cuando Matilda busca la verdad sobre el personaje y visita a su primera mujer, nos dice:



“…No sé nada del hombre al que June Watts conoció. Yo solo conozco al hombre que nos enseñó a reinventar el mundo, y a ver la posibilidad del cambio, a recibirlo en nuestras vidas. Tu barco de vapor podía llegar en cualquier momento, y ese barco podía adoptar muchas formas…”



Charles Dikens
El señor Watts es un profesor atípico. Comienza su andadura como maestro confesando ante sus alumnos que él no lo sabe todo y que posiblemente no pueda responder a la totalidad de las preguntas que le hagan. Después hace entrar en escena a su autor literario favorito, Charles Dickens, a quien llamará señor Dickens, haciendo que parezca cercano pese a estar separado en el tiempo por más de un siglo. A través de su novela, “Grandes Esperanzas”, predilecta del señor Watts, introduce en su clase al personaje principal de la obra, el señor Pip, que será un compañero más de los alumnos de tan pintoresca aula. El señor Watts hace que Pip anide en su clase y sea el aglutinante. Pero no por eso deja de procurar que los niños aprendan su propia cultura. Propone y consigue que las personas mayores de la aldea transmitan sus conocimientos a los jóvenes. Conocimientos de cosas simples y cotidianas, de leyendas, de costumbres heredadas de sus mayores. Lo que pretende es que su mundo no se desligue de sus ancestros. Sin dejar de explicar lo que Pip hace en su vida, quiere que ellos no rompan con lo que configura su entorno, su propia cultura, no reñida con ninguna otra.

En poco tiempo la isla está incomunicada. No solo eso, las aldeas que la componen han visto como sus hombres hasta una edad juvenil, se han unido a la guerrilla, por lo que en ellas solo quedan mujeres, viejos y adolescentes, como son Matilda y sus compañeros.

Una mente adolescente es un vivero donde sembrar conocimientos, es un campo de “grandes esperanzas” como indica la obra de Dickens. Matilda es una prueba de ello. Tiene una madre, Dolores, que es rotunda y real como la vida misma. Su convivencia con ella, desde el inicio de la aventura escolar del señor Watts, se torna complicada. Dolores está muy interesada en conocer al señor Pip, si bien tendrá con el señor Watts diferencias notables; ya que mientras para el improvisado maestro, su libro de cabecera es el mencionado “Grandes esperanzas”, para Dolores es la Biblia. Pero en el momento clave,  ella  se presentará como una mujer valiente capaz de enfrentarse a la brutalidad y no se doblegará aunque las consecuencias para ella sean terribles.  
Cuando los soldados destruyen todo lo que tienen ¿Cómo hacerle entender a un tipo que sólo se expresa mediante las armas que Pip es el personaje de un libro? Todos lo pierden todo, solo les quedará la palabra. La narración oral servirá para recobrar la esperanza, Watts relata otras historias, reúne a su gente junto al fuego e incluso a los rebeldes que se escondían en la selva, las historias  capturan sus golpeadas conciencias. Aquellos insurgentes pudieron haber destruido todo, pero las palabras no, las palabras son lo único que jamás podrán arrebatarles.


El destino, no obstante, le tiene reservado un camino aún más espinoso a la joven isleña. Mucho más espinoso, incluso, que aquel de Pip cuando recala en Londres. Matilda lo pierde todo, su historia, su mundo, su identidad. Antes de huir de su tierra, reflexiona: “Ya sabía yo lo que era marcharse. Sabía por Pip lo que era irse de un sitio. Sabía que no se mira atrás”.

La novela de Lloyd Jones pretende tender puentes entre ambas épocas, y demostrar cuántos factores aún nos relacionan con el pensamiento y los patrones de comportamiento  entre un siglo y el precedente. El éxodo rural fue uno de los temas que mejor retrató Dickens: sus grandes historias versan sobre los sufrimientos de los desplazados a las grandes ciudades en la era victoriana, así como la relación de las nuevas clases medias con el incipiente sistema capitalista. Aunque en otro hemisferio y en otro siglo, no es muy diferente a los padecimientos de Matilda y su comunidad: afectados por la falta de escrúpulos de una compañía minera, por las guerras sangrientas y el abuso de poder, el único destino que les queda a estos míseros campesinos es trasladarse a zonas urbanas.

Escudo de la bandera de Bougainville.
Asimismo, tanto Pip como Matilda acceden a un mundo que, de no haber existido un cambio imprevisto en sus vidas, les habría sido imposible ingresar. En el caso de Pip se debió a un golpe de suerte. Para Matilda fue mucho más trágico, tuvo que perderlo todo para que el destino se compadeciera de ella, y pudiera escapar del salvajismo. Progresar mediante el propio esfuerzo, saber aprovechar las oportunidades, incluso gracias a los golpes de suerte y no a través de lo que se ha heredado durante generaciones, es el vehículo que impulsa hacia delante a ambos personajes.
Durante la época victoriana era común que las novelas –publicadas por entregas– fueran leídas a toda la familia por un integrante, preferentemente el padre. Es llamativo que Grandes esperanzas aterrice en las mentes de los alumnos de Bouganville mediante la lectura en voz alta del señor Watts. La narración oral, de hecho, es una pieza fundamental en la novela de Jones, y esto le permite al maestro tergiversar ciertos pasajes de la historia para adaptarla a los infantiles oídos de sus alumnos. Años después, ya en Australia, Matilda lee la novela y advierte que el señor Watts había reinterpretado la obra, construido un universo distinto del que ahora le llegaba mediante la letra impresa. Matilda comprende así el mecanismo de toda experiencia lectora: cuando uno lee rescribe la historia según su propia razón. Concibe una historia diferente, con otra forma. 

Dejando atrás las analogías, hay dos aspectos preponderantes que tienden puentes entre ambos mundos y ambas obras: en primer término, la búsqueda de la identidad; en segundo, el poder la palabra como salvador y generador de vida.

Y esta conquista de una nueva identidad no sería posible sin el valor que la palabra tiene en la vida de Matilda. Del poder de la palabra para construir mundos allí donde la mano destruye. Después de perderlo todo, el único patrimonio de la joven protagonista es la ilusión recobrada gracias a Pip. En una tierra sin libros, donde las narraciones son solamente orales, el texto –oral o impreso– es capaz de reconfigurar su mundo, de abrir nuevas puertas. Como si de una Biblia se tratara, Grandes esperanzas termina convirtiéndose en una herramienta de búsqueda de sentido, en un mundo que se desvanece. Para Matilda, Pip se erige en una especie de Mesías que asegura la salvación entre tanta escasez y desesperanza. Y esta comparación no es gratuita: uno de los pasajes más intensos de la novela lo representa la discusión entre el señor Watts, que defiende la lectura del relato de Pip, y Dolores, la madre de Matilda, una apasionada cristiana que considera a Pip una especie de demonio que ha venido a tergiversar las conciencias de los niños del pueblo. La palabra se erige, así, en el patrimonio en juego del debate. La palabra como herramienta catalizadora, creadora de mundos.

La palabra también será terapéutica, para Matilde le permite salir de la depresión en la que estaba sumida en el frío Londres, la escritura de su historia y del señor Wats le permitirá escapar de la tristeza y ese es el libro que hemos leído, pero creo que para terminar nada mejor que las palabras del libro:
   El señor Dickens al que conocí también tenía barba y el rostro enjuto y ojos que querían escapar de la cara. Pero mi señor Dickens iba descalzo y con la camisa desabro­chada. Salvo en ocasiones especiales, por ejemplo cuando daba clase, y entonces vestía traje.

   Sólo en fechas recientes se me ocurrió que nunca lo vi con machete: su arma para sobrevivir era el relato. Y en una ocasión, hace mucho tiempo y en circunstancias muy difíciles, mi señor Dickens nos había enseñado a todos nosotros, los niños, que nuestra voz era especial, y debe­ríamos recordarlo siempre que la usásemos, y tener siem­pre en mente que al margen de lo que nos pasara en la vida, nunca podrían arrebatárnosla.


   Durante un breve tiempo, había cometido el error de olvidar esta lección.

  En medio del silencio respetuoso, sonreí por todo lo que los demás no sabían. La historia de Pip era la mía, aun cuando hubiera sido una niña y tuviera la cara negra como la noche resplandeciente. Pip es mi historia, y al día siguiente lo intentaría donde había fallado Pip. Trataría de volver a casa.

FUENTES: 

 
El director de cine Andrew Adamson ha dirigido la adaptación al cine de El Señor Pip. La premiere de la película fue mostrada en el Festival de Cine Internacional de Toronto en septiembre de 2012, y se prevé el estreno en Australia/Nueva Zelanda este Octubre. Hugh Laurie es una de las estrellas del film interpretando el papel del Sr. Watts.
Este es el tráiler de la película: