domingo, 11 de noviembre de 2018

EDMUND DE WAAL: La liebre con ojos de ámbar




«Los netsuke son pequeños y duros. Difíciles de astillar: difíciles de romper: están hechos para andar por el mundo a golpes».


Borges dijo que somos gratamente los otros. De entre esos “los otros”, somos en especial y sin duda nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos… Somos también, en parte, los objetos que nos rodean y de los que nos rodeamos. De esa sutil metafísica bebe La liebre con ojos de ámbar, un ensayo que no en vano se subtitula Una herencia oculta.


Edmund de Waal (Nottingham, 1964) es un ceramista británico de éxito, que ha dado clases como Profesor de Cerámica en la Universidad de Nottingham hasta 2011. Nació en el seno de una acomodada familia emparentada con la familia Ephrussi, cuya historia se cuenta en este libro.
 Edmund de Waal, en el despacho de su estudio londinense.











 Como artista cerámico, se ha dejado influir por las porcelanas chinas y japonesas, y ha fundido las bases de la estética oriental con el modernismo, el movimiemto Bahaus y la influencia de las catedrales góticas. Ha recibido premios muy importantes y es el autor del The Pot Book, una antología ilustrada a todo color de 300 vasijas.



Su segundo libro, El oro blanco, publicado por planeta, un libro insólito, una pequeña joya, la historia de la porcelana a través del tiempo y el espacio. Desde la China imperial hasta la actualidad, pasando por Viena, Londres, Versalles o Dresde, y deteniéndose en los hombres que hicieron avanzar su industria. También, en sus puntos oscuros, y en la fascinación que por la porcelana sintieron figuras como Hitler o Mao. 
Página del autor: http://www.edmunddewaal.com/#

Entrevista: Edmund de Waal: “Una obsesión hay que saberla llevar” El país, Babelia, 8 de marzo del 2016











De Waal, en un rincón de su taller 
con parte de su obra.
A él lo que le gusta de verdad, según sus palabras “pasar horas en mi taller, sentado con mis cerámicas, moldeando… Esa es mi identidad. Tengo serios problemas en verme como escritor, yo soy más bien un hacedor. Los libros son objetos que construyo, del mismo modo que hago un jarrón. Parece ridículo pero, para mí, el lenguaje es la arcilla, un material intensamente físico. Pienso mucho en el espacio donde todo sucede, las ciudades, las habitaciones, las calles… y las esculpo o pinto con una paleta de palabras y frases. Puede sonar como que estoy loco, pero es mi modo de trabajar. No distingo el torno de alfarero del procesador de textos, todo está conectado, muchas de mis obras como ceramista proceden de lecturas de literatura, y veo la estructura del lenguaje en las formas de un jarrón”.


 LA LIEBRE CON OJOS DE ÁMBAR

Título: La liebre con ojos de ámbar

Autor: Edmund de Waal

Editorial: Acantilado

Fecha de publicación: 2012

Páginas: 362 p.











Dados los  antecedentes de De Waal, en el 2010, cuando apareció este libro sobre el que él mismo dice que “no sé si se trata de mi familia, de la memoria o de mí, o si sigue siendo un libro sobre miniaturas japonesas”, los primeros comentarios dejaban ver cierto tono de sorpresa ante la calidad literaria de la primera publicación de un autor que, después de todo, se expresa fundamentalmente con objetos. Tras la avalancha de críticas favorables, premios y éxito de ventas en todos los países que se ha editado, los lectores de esta oportuna y muy buena traducción de Marcelo Cohen podrán encontrar algo menos usual que una sorpresa: la sensación de que las más altas expectativas que se puedan tener sobre un texto quedan plenamente satisfechas.



En esta imagen un hombre lleva 
un inro sostenido 
por un netsuke que se encuentra 
enganchado en la faja de su hakama.
El punto de partida del libro es, en sí mismo, muy particular: en 1994 De Waal recibe como herencia una “colección muy grande de objetos muy pequeños”: 264 netsuke, esculturas en miniatura elaboradas en marfil o maderas preciosas que usaban los japoneses de los siglos XVIII y XIX como remate de las cuerdas con las que ataban a sus kimonos los talegos o cajas de diversos materiales que cumplían la función de los bolsillos. El heredero de estos objetos, para quien “la forma como se manipulan, se usan y se pasan los objetos no es una pregunta tibiamente interesante”, se siente un poco abrumado al verse como custodio de una colección que ha estado en poder de su familia por más de un siglo. Para asumir su papel decide visitar los lugares en los que se conservaron, se exhibieron o se ocultaron las miniaturas y seguir los pasos de los antepasados que las adquirieron, las poseyeron y las obsequiaron; además, escribirá sobre ello.


 «Poseer estos netsuke, significa que me han hecho responsable de ellos y de aquellos a quiénes pertenecieron […]. Sé que en la década de 1870 un primo de mi bisabuelo, Charles Ephrussi, compró los netsuke en París. Sé que se los regaló a mi bisabuelo Viktor von Ephrussi para su boda en Viena, hacia finales de siglo. Conozco muy bien la historia de Anna, la criada de mi bisabuela. Y sé que los netsuke llegaron a Tokio con Iggie y fueron parte de su vida con Jiro». «No quiero hacer un relato nostálgico de mi familia, judía y pasmosamente rica. No quiero un puñado de anécdotas bien cosidas. Una más sobre el Orient Express o la Belle Époque […]. Quiero saber qué relación hay entre el objeto de madera que ahora hago rodar entre los dedos y los sitios donde ha estado. Quiero entrar en todas las habitaciones donde este objeto haya vivido, sentir el volumen del espacio, saber qué cuadros había en las paredes, cómo caía la luz en las ventanas. Y quiero saber en manos de quiénes estuvo, y qué pensaron de él si es que pensaron algo. Quiero saber qué ha presenciado».



Árbol genealógico de la familia Ephrussi
Esos antepasados tampoco son comunes y corrientes. Aunque Edmund no quiera escribir una historia de la familia y se quiera centrar en los netsuke, el hecho es que estamos ante una Ephbiografía sobre familia Ephrussi. Naturales de Odessa (actualmente ciudad ucraniana), los Ephrussi gestaron su fortuna con el grano, del que se convirtieron en el primer productor a nivel mundial, de ahí pasaron a las finanzas, la banca, y sus vástagos se fueron extendiendo por las principales ciudades europeas del siglo XIX: París, Viena.  Esta familia llegó a ser en su época de esplendor, una de las más ricas de Europa, sus miembros fueron figuras destacadas de la alta sociedad parisina y vienesa entre 1870 y 1938, apenas comprable por su fortuna y la extensión de sus negocios con los Rothschild, con quienes compartían su origen judío. 

Libro cargado de referencia culturales porque la historia de los pequeños botones janoneses es la historia de los acontecimientos más importantes de principios de siglo, desde Proust a Degas, Rilke, pasando por el affair Dreyfus, así como las dos guerras mundiales y la persecución del pueblo judío. 


Primera parada: París. El libro empieza y acaba en Japón, pero desde el país del sol naciente el autor hace un salto temporal y espacial hacia el París de finales de siglo y nos encontramos a Charles, amante del arte, en París lo conocen como el esteta, empieza a coleccionar junto a su amante Louise estas pequeñas figuritas tan de moda en aquellos tiempos: «Todo el mundo tenía que hacerse con algo de aquellas japonaiseries».  El japonisme se ha convertido en una especie de religión y ellos son japonistes: coleccionistas pioneros. Además de su gusto por lo japonés, Charles crea una de las más grandes colecciones de los impresionistas, es mecenas y amigo de Renoir y Degas. También es muy amigo de Marcel Proust, y su personaje principal en su magna obra: En busca del tiempo perdido, Swann, está inspirado en su mayor parte en él. Su relación con el mundo del arte hace que lo nombren director de La Gazette. No es casualidad que en algunas de las pinturas que
Pierre-August Renoir, El almuerzo de los remeros (1881)... 
y ese hombre de espaldas al fondo y 
con sombrero de copa 
es Charles Ephrussi.
forman parte de la historia del arte aparezcan sus antepasados. Por ejemplo, en El almuerzo de los remeros de Renoir está Charles Ephrussi, al menos, su nuca. Las hijas de la amante del banquero fueron también pintadas por Renoir por encargo de Ephrussi, quien tuvo que soportar que la chica lo dejara “por el entonces príncipe de la corona española, Alfonso, futuro rey”. 

“Mi abuela –cuenta De Waal– me hablaba de Proust, lo releía cada dos años, y un día me dijo: ‘¿Sabes que Charles Swann es pariente nuestro?’ Luego me di cuenta de que muchos objetos de la casa familiar en París eran mencionados en libros de Proust. Ambos, Swann y Ephrussi, son judíos, hommes du monde, con un campo social que abarca desde la realeza –Charles fue guía parisino de la reina Victoria– hasta los talleres de los artistas. Ambos son expertos en arte, coleccionistas, mecenas de los impresionistas, figuras incongruentes, diletantes y familiares, que aconsejan a las damas de sociedad qué pinturas comprar y cómo decorar sus casas; son dandis, caballeros de la Legion de Honor, apasionados del japonesisme. Ambos toman partido por Dreyfuss, el militar judío acusado injustamente de traidor. Degas, Cézanne y Renoir se enemistaron seriamente con Charles Ephrussi, pues todos estaban convencidos de que Dreyfuss era culpable. De hecho, la policía vino a buscar a Zola, que había publicado su célebre artículo J’accuse en defensa de Dreyfuss, a casa de mi familia, pues creían que se escondía allí”.
Poco a poco, Charles va dejando su pasión por lo japonés en pos del estilo imperio, más francés, por lo que decide regalarle a su primo hermano Viktor su colección de netsuke como regalo de boda.


Palacio Ephrussi. Viena.
Segunda parada: Viena. Los netsuke se instalan en el Palacio Ephrussi a finales del siglo XIX (en la actualidad la sede central de Casinos Austria). En concreto se instalan en el vestidor de Emmy, por donde los niños de la familia pasan con frecuencia y juegan con ellos. Es época de esplendor, cuando se crea el Anillo vienés y la familia crece al unísono que crece la ciudad. Esa Viena en la que su bisabuela se carteaba con Rilke –“un gran poeta, pero un auténtico esnob, siempre detrás de las jóvenes”– o alternaba con Richard Strauss. Pero en este periodo también vamos a asistir a la caída de los Habsburgo, tras el final de la Primera Guerra Mundial y al auge del antisemitismo, que llega a su culmen con la llegada de Hitler al poder y la creación del Tercer Reich. Tras el Anschluss (anexión de Austria a la Alemania nazi en 1938), vemos como los Ephrussi son despojados de todas sus posesiones y fortuna, y finalmente tienen que emigrar si no quieren terminar en un campo de concentración.
El libro narra “cómo les van abandonando los criados, hasta que se quedan solos en la casa, con la excepción de la fiel Anna. No pueden entrar en su café, ni ir a su club, ni sentarse en un banco público, todo eso se ha prohibido para los judíos”.
La elegancia y precisión de la prosa de De Waal tiene una correspondencia invisible con los ambientes y lugares que describe. Si hay autores que utilizan elementos atmosféricos o geográficos para, en el fondo, hablar del alma de sus personajes, De Waal consigue lo mismo a través del interiorismo, de la descripción de pequeños objetos decorativos, arquitectónicos y artísticos. “Mi vida son los objetos, mi mundo es tocarlos, estudiar sus materiales, sus detalles y acabados. La idea de escribir sobre las posesiones, y cómo van pasando de una familia a otra, de unas casas a otras, de unos ambientes a otros, reflejar la vida doméstica… era fascinante. El mundo cabe en una miniatura”.





Elisabeth, París, 1926

Tercera parada: Londres. En diciembre de 1945, tras la muerte de Viktor en el exilio, Anna, la sirvienta de la familia, le entrega a su hija Elizabeth las 264 figuritas que logró rescatar del expolio. La criada Anna es uno de los héroes de la historia. Curiosamente, el autor no conoce ni siquiera su nombre completo, a pesar de que fue ella la que salvó los netsukes de los nazis. “Es extraño, es un agujero, sucede en las historias reales, que no tienes nunca todos los datos, y la fantasía rellena los huecos dejados por el conocimiento. No sé nada sobre ella, pero sin ella no tendría los netsuke. Es un hueco significativo, y quise mostrar ese vacío en el libro, es un vacío al que vale la pena asomarse, revela mucho acerca de las relaciones entre amos y sirvientes”. Anna fue testigo de cómo los soldados de la Gestapo desvalijaban el palacio de Viena: primero la platería, luego la porcelana, las joyas, los vestidos, los libros… “Ella pensó: ¿qué podría salvar?; cada vez que pasaba por el vestidor de la baronesa pillaba tres o cuatro figuritas, las guardaba en el bolsillo del delantal y las llevaba a su habitación, donde las escondía en el colchón. Tardó tres meses en sacarlas todas. Y luego durmió encima durante años”.

Iggie, Tokyo, 1960
 Cuarta parada: Tokio. Cuando Iggie, hermano de Elizabeth, se reúne con ella en Londres, deciden que el mejor lugar para los netsuke es su lugar de origen, Japón, donde Iggie, perteneciente al ejército norteamericano, está destinado para contribuir a la reparación del país tras la Segunda Guerra Mundial: «Los netsuke están en el centro de la casa, en el centro de la vida de Iggie […]. No sólo han vuelto a su país; están de nuevo expuestos en un salón». Con Iggie permanecerán hasta su muerte: «De la casa de Charles y Louise en París, la vitrina de la radiante habitación amarilla llena de cuadros impresionistas, al vestidor de Viena donde Emmy y sus hijos entretejían ropa e historias, infancia e ilusionismo, y luego a ese extraño descanso en la cama de Anna, para terminar en su país de origen, en Tokio». También se muestran los mecanismos de creación de valor de un arte exótico, como el japonés, que compraban los primeros marchantes a precios ridículos. O todas las tonalidades del racismo, el brutal pero también el más sutil, con el general McArthur identificando a los japoneses con los niños. “Se decía que comían con palillos porque carecían de aptitud para producir algo a gran escala, y que por eso su arte era pequeño, porque no podían crear nada profundo o sustancial”, dice.


Si lo más importante de un libro es la voz que cuenta la historia, el punto de vista, De Waal confiesa que “al empezar a escribir, lo hice de un modo muy académico, es decir: señores, les voy a hablar del arte japonés, del antisemitismo… y, a medida que iba escribiendo, el tono me sonaba impostado, poco auténtico. Era falso. No había trabajado la voz, solamente los datos. Ese libro no estaba diciendo nada acerca de mi genio particular, y decidí que yo tenía que aparecer en el texto”. De ahí que el libro sea también una descripción del proceso creativo, con De Waal siendo presa del cansancio, la ansiedad, las dudas… “No es algo sencillo que explico en la pizarra sin implicarme; al contrario, enseño mis complicaciones en la investigación, mis viajes, la aceleración del proceso, los atascos… La obsesión que todo lo inunda. Y la empatía con los personajes, porque los libros académicos no hablan de la pasión. En vez de hacer un ensayo sobre el erotismo, hablo de la amante de mi ancestro”. O, en vez de divagar sobre el amor, apunta sutilmente la relación homosexual de larga duración entre su tío abuelo Iggie y el japonés Jiro, en unos tiempos difíciles para ello.
Pero sobre todo de Waal acierta al templar la voz del narrador; no era fácil contar la historia de una familia como la suya, los Ephrussi, banqueros judíos que dominan las finanzas de toda Europa, con el extrañamiento y la sutileza crítica hacia sus antepasados que el autor nos regala. Además de esa contemporaneidad, tan necesaria para releer la historia, por la calidad de su prosa he tenido la impresión durante muchas páginas de estar leyendo a algún centroeuropeo de los grandes.
La obra resultante es, según sus palabras, “un género híbrido, poco explorado, entre la historia del arte, el libro de viajes y las memorias”. A ratos se parece, por ejemplo, a las memorias del príncipe ruso Yusupov, a ratos suena a novela, a veces recuerda a Zweig, otras a W.G. Sebald, uno de sus referentes: “Sebald nos muestra que todo es posible, aunque hay que tener cuidado con intentar emularle, se puede caer en la nostalgia”. De Waal ha hecho caso a su abuela Elisabeth, que le criticaba, al leer sus poemas juveniles, la indefinición que había en ellos. “Ella odiaba la inexactitud emocional, desdibujar lo real en ráfagas de emoción. El mundo está lleno de malentendidos, de palabras ambivalentes y de gente que basa sus vidas en una malinterpretación. Los que nos dedicamos a escribir tenemos la obligación de ser precisos, que nuestras definiciones sean correctas. Porque eso es el lenguaje, algo que nos puede acercar a lo que vieron los testigos, es una herramienta de precisión para aproximarnos a las cosas. Y la melancolía es lo contrario, una vaguedad”.
La liebre con ojos de ámbar puede verse también como dos libros. La primera parte es una excursión por las mejores creaciones del arte y la cultura, del espíritu humano, en la atmósfera elegante de una aristocracia cultural, mientras que en la segunda parte irrumpe la persecución nazi contra los judíos y todo se desmorona. Los netsuke han visto lo mejor y lo peor de Europa y del hombre. “Quise mostrar cómo esta gente tenía la cultura como un elemento absolutamente vital en sus vidas, en un momento histórico excepcional que genera toda esa riqueza creativa. Escribir un libro sobre coleccionistas ricos no me apetecía nada, en el fondo sería como hojear un catálogo de Christie’s con nombres propios, yo quería un libro sobre la intersección entre vida y arte: si Renoir no llegaba a final de mes, esas cosas”. Todo surge de los detalles: la niña del vestido azul que retrató Renoir, por encargo de Charles Ephrussi, murió en Auschwitz.

Hasta aquí hemos disfrutado de un maravilloso viaje: un viaje lleno de arte, de aventuras, de amor y traición, de odios y vilezas. Hemos asistido de nuevo al horror nazi, al desprecio y envidias que despierta el pueblo judío, así como su aniquilación, a pesar de ser judíos asimilados; pero también hemos conocido el esplendor y derrumbe de ciudades maravillosas como Viena, y nos hemos adentrado en la cultura y vida japonesa desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1994. Una monumental y sorprendente obra que no deja indiferente a nadie.



En la imagen adjunta aparecen algunos de los netsuke de la colección de la familia Ephrussi de la que habla el libro, con la liebre que da título al libro en primer plano.

En este enlace podéis ver una pequeña galería de ellos del Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

BANDA SONORA: 

Richard Wagner - Die Meistersinger von Nürnberg

Stan Getz 

Referencias:

 Bernard Howell Leach, (Hong Kong, 5 de enero de 1887-St Ives (Cornualles), 6 de mayo de 1979) fue un alfarero de estudio y profesor de arte británico. Está considerado como el «Padre de la cerámica de estudio británica».​ Estudió con el ceramista japonés Kenzan VI —de la escuela iniciada con Ōgata Kenzan—, por lo que recibió el nombre de Kenzan VII. Profesor de Edmund De Waal

Yanagi Sōetsu and the Mingei Movement

 

 

 

 

Gustave Caillebotte

 





 

 

Madeleine Lemaire

 Louis Cahen d'Anvers

La japonaise au bain de James Tisson: 

 
 

 

 

 

 

 Berthe Marie Pauline Morisot

Manet, Monet, Degas, Renoir

Affaire Dreyfus.

ÉmileZola (1898)Versióníntegra en español: www.analitica.com/bitblioteca/zola/yo_acuso.aspAlegatoen favor del capitán Alfred Dreyfus, dirigido por Émile Zolamediante una carta abierta al presidente de Francia M. Felix Faure y publicadopor el diario L'Aurore el 13 de enero de 1898 en su primera plana.

En el Yo acuso, Zola denuncia la trama de imposturas, manipulaciones y mentiras, nutridas de antisemitismo y ramplón patriotismo, que habían conducido, tres años antes, a condenar al capitán Alfred Dreyfus a la reclusión perpetua en el infame presidio de la isla del Diablo.

 

Theophil von Hansen: 

El barón Theophil Edvard von Hansen (nombre original danés: Theophilus Hansen; 13 de julio de 1813, Copenhague - 17 de febrero de 1891, Viena) fue un arquitecto danés quien más tarde se convirtió en ciudadano austríaco. Se hizo particularmente conocido por su edificios y estructuras en Atenas y Viena, y es considerado un destacado representante del neoclasicismo.

Chistian Griepenkert

Jakob Wassermann 

Olbrich

Fairy book de Andrew Lang

 

 

 

 

 

Bajo la máscara del placer de G. W. Pabst

 

 

 

 

 

 

 

Ramón María Rilke

 (Praga, Bohemia, en aquellos tiempos Imperio austrohúngaro, 4 de diciembre de 1875 - Val-Mont, Suiza, 29 de diciembre de 1926) es considerado uno de los poetas más importantes en alemán y de la literatura universal. Sus obras fundamentales son las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo. En prosa destacan las Cartas a un joven poeta y Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Es autor también de varias obras en francés.

Kinjiki El color prohibido

 (禁色 Kinjiki?)  Novela japonesa de Yukio Mishima publicada en 1951 y 1953.La palabra kinjiki es un eufemismo para la homosexualidad masculina. El kanji 禁 significa «prohibición», mientras que 色 tiene las definiciones de «color» y «amor erótico». La palabra kinjiki también sirve como un nombre para colores prohibidos en los diferentes niveles de la nobleza japonesa.

 

  PINTURAS


 FUENTES: 
 



 


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