¿Se
puede ser buena persona en este mundo en el que vivimos?
Si
quieres que una historia hable de Munich, haz que pase en China, solía decir
Bertolt Brecht. Y en una China remota, industrializada y sin referencias
históricas concretas situó el dramaturgo alemán La buena persona de Sezuan (a veces también traducida
como El alma buena de Sezuan), una obra
sobre la imposibilidad y los límites de la bondad.
Brecht quiere que su espectador/a piense, razone, cuestione su realidad con su propia cabeza y no con las ideas del director. De ahí que todos sus recursos apunten al famoso “distanciamiento”, a cortar todo lo posible la empatía y la identificación.
Entonces
qué mejor que trasladarnos a una provincia desconocida de China, Sezuán, una
cultura que incluso los especialistas de Occidente no conocen a fondo. ¿Cómo
empatizar con ropas y peinados extraños, con una idea de ciudad diferente a la
nuestra, con maquillajes y rostros que no sabemos dónde colocar, con toda una
serie de nombres que nos cuesta retener salvo por la fonética?
Además
Brecht encontró en el teatro chino una tradición estética que según diversos
estudiosos de su obra terminó de soldar el concepto. El teatro tradicional,
todavía en la China de principios del siglo 20, sostenía concepciones
milenarias. Era un teatro que mantenía la intención original de la comunicación
colectiva con los espíritus y divinidades, un teatro religioso en el sentido de
las sociabilidades neolíticas, un teatro chamánico, ya que intentaba provocar
un éxtasis colectivo de reunión con ancestros y seres espirituales. Para eso se
valía de la máscara, el ornamento, la danza, la música y con seguridad de la
ingesta de sustancias alucinógenas.
Brecht no quiso dar un final. No hay en la obra la oferta de una salida satisfactoria, porque esta sociedad está podrida y no la tiene. Deberíamos cambiar de sociedad, de guión o de dioses. No hay un atajo. No existe sueño individual, giro azaroso del destino, nada en absoluto que vaya a cambiar las cosas: los buenos y generosos en esta sociedad son devorados y destrozados, las almas nefastas, que viven del sufrimiento ajeno, son premiadas.
La buena persona Sezuan se inició en 1938, pero no se
terminó hasta 1943, mientras el autor estaba en el exilio en los Estados Unidos. Fue estrenada en 1943 en el
Schauspielhaus de Zurich en Suiza, con una partitura musical y
canciones por el compositor suizo Ulrico Georg Früh.
Obra que nos plantea múltiples preguntas: ¿Es compatible la bondad con una vida digna? ¿Ser bueno con los otros implica dejar de serlo con uno mismo? ¿Los seres humanos que practican la solidaridad de manera espontánea acaban fomentando pobreza y apatía?
Es
una historia sobre la dialéctica entre el bien y el mal, sobre las dificultades
de vivir justamente en un mundo donde la justicia solo puede implantarse
adoptando los mecanismos del mal que trata de combatir. Donde es prácticamente
imposible mantenerse puro entre rufianes y donde la inocencia es un lastre. Una
compleja parábola y
como tal presenta dos niveles: el relato inmediato el
cuerpo-
perceptible y evidente y el relato oculto, cuyo espíritu debe descubrir el
espectador. Como en todos los textos de Brecht en este hay una provocación a la
reflexión, al cambio de actitud y comportamiento en el hombre. El lenguaje
utilizado poco literario, rudo y directo, impacta sobre la conciencia humana.
Tres
dioses con ánimo de comprobar cómo marcha el mundo, buscan posada entre los
hombres, hallan al fin quien les dé
cobijo: una prostituta bondadosa, Shen Te, el hecho de que sea una prostituta
nos recuerda la complicidad de Cristo con gente de vida heterodoxa, ni más ni
menos que María de Magdala; tampoco hemos de olvidar que habíamos señalado que
para Brecht el libro más importante era la biblia. Ellos la recompensan y con el
dinero que le han dado las deidades, abandona la profesión y abre un expendio
de tabaco. Pero, apenas lo hace, los holgazanes del pueblo se presentan para
exigirle que los mantenga. Shen Te los socorre con generosidad, pero advierte
que, si lo sigue haciendo, acabará en bancarrota. Se disfraza, pues, de Shui
Ta, quien se presenta en el pueblo como primo de Shen Te. Este comienza a poner
orden. She Te, a veces, se convierte en Shui Ta, el lado práctico y eficiente,
el burócrata. El fondo moral de She Te y la necesidad de un orden, el que
impone Shui Ta. Consecuencia: es imposible mantenerse puro entre rufianes, la
inocencia es un lastre. En este planteamiento hay una cuestión ideológica,
también un sugerente juego dramático de máscaras.
Por
una parte, el capitalismo salvaje no parece permitir prebendas como la bondad.
Además, los dioses (o los poderosos, o la sociedad) parecen premiar a los
buenos, pero no les explican cómo conservar su virtud en mitad de un mundo
despiadado.
Así,
cuando la protagonista se enamora de un "vivales" que pretende explotarla, las
reflexiones de Shui Ta evitan que la boda se celebre y, ante la exigencia de
los parásitos, es Shui Ta quien los obliga a trabajar para ganarse la vida y
ser productivos, pese a las acusaciones que le hacen sus malquerientes de ser
un explotador. En el ínterin, Shen Te los ayuda “a tras mano”. Pero, embarazada
por el gigoló, Shen Ten desaparece del pueblo, mientras Shui Ta engorda. Los
afectados con las medidas disciplinarias del empresario, lo acusan ahora de
haber asesinado a su prima y lo llevan a juicio…
La catarsis de la tragedia aristotélica conduce sólo a
la compasión por el héroe; la máscara en cambio, la distanciación, propicia un
nuevo orden; historia, dialéctica, épica. Conceptos básicos del teatro
brechtiano están explícitos en esta parábola laica, en este símil religioso de
un descreído. La persona buena de Sezuan
es una obra de un raro equilibrio, de una extraña perfección y, con frecuencia,
de una insolente paradoja: bondad y maldad, prostitución y traje de novia,
dioses comprensivos y hombres malvados.
Y el final, búsquenlo ustedes mismos, el actor reclama: "Estimado público, busca tú mismo
el final: ¡tiene que haber uno bueno!". Luego plantea una segunda opción
de final (otro desplante experimentalista): "Espectador, lector (por fin
alguien tuvo la amabilidad de considerar a los que jamás veremos la
representación de obras como ésta), si vives en una ciudad como Sechuan,
¡transfórmala, constrúyela de nuevo, antes que te devore! Ninguna felicidad
grande queda sobre la Tierra sino la de ser bueno y repartir bondades."
Brecht no quiso dar un final. No hay en la obra la oferta de una salida satisfactoria, porque esta sociedad está podrida y no la tiene. Deberíamos cambiar de sociedad, de guión o de dioses. No hay un atajo. No existe sueño individual, giro azaroso del destino, nada en absoluto que vaya a cambiar las cosas: los buenos y generosos en esta sociedad son devorados y destrozados, las almas nefastas, que viven del sufrimiento ajeno, son premiadas.
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