“Apenas recuerdo a ningún hombre. Estaban por todas partes, claro está
–maridos, padres, hermanos–, pero sólo recuerdo a las mujeres. Y las
recuerdo a todas tan toscas como la señora Drucker o tan feroces como mi
madre”
LA AUTORA
La mirada no es lo único socarrón, cristalino y penetrante que tiene Gornick. Su estilo literario también posee dichos rasgos. Escribe como mira. Antón Goiri |
Vivian
Gornick es una periodista, escritora y activista
feminista estadounidense considerada una de las voces más destacadas en los
años 70 de la segunda ola feminista de Estados Unidos.
Nació
en el Bronx el 14 de junio de 1935 en un hogar pobre y obrero; hija de judíos
socialistas. Tras estudiar en la universidad, comenzó a escribir en el
semanario alternativo The Village Voice, donde empezó a darle
voz al movimiento feminista hasta convertirse en una de las voces más
reconocibles de los Estados Unidos en este campo–, y, posteriormente, en medios
como The New York Times, The Nation. Es autora de un buen número de ensayos, textos
críticos, periodísticos y memorias, siempre desde una clara perspectiva de
género, que ha sido su rasgo clave como periodista y escritora.
Gornick
es una figura destacadas de la segunda ola del feminismo, la que
se concentra, sobre todo, en las décadas de los sesenta y setenta:
“Todas las
mujeres jóvenes de Occidente tienen hoy ciertas expectativas vitales que no tendrían
de no haber sido por mi generación. No conseguimos alcanzar todos nuestros
objetivos, pero elevamos el grito para reclamar igualdad e hicimos que el mundo
escuchase”.
La
diferencia entre el activismo de aquel momento y el actual es, para ella, que antes
predominaba una amplia visión filosófica, mientras que ahora se impone un
espíritu más práctico, orientado a los resultados. De ahí que muchas mujeres se
organicen para contrarrestar las medidas de la Administración Trump. “EE UU no es el único país que está viviendo
el avance del populismo de derechas. Las cuestiones que nos dividen nos afectan
por igual en todo occidente”, señala.
Y
tal y como ella declara:
“Se
juntan en mí tres tipos de marginalidad: soy mujer, judía y de clase obrera.
Cada una ha captado mi atención en momentos diferentes. Mis padres eran
comunistas, y me educaron para que creyese en el romance de la clase internacional
trabajadora. Luego, en la universidad, empecé a viajar y fui testigo del
antisemitismo en mi país. Más tarde, me di cuenta de que, si había un factor
que condicionaba mi vida por encima del resto, era mi condición de mujer. Fue
entonces cuando me hice feminista”.
OBRA:
En el 2017, con treinta años de retraso, Sexto Piso edita en
castellano y L’Altra en catalán las memorias Apegos feroces. Su autora, Vivían Gornick, hasta ese momento una gran desconocida para el
público español, se convierte en una de las revelaciones del año. La novela fue galardonada con el Premio Libro del Año del Gremio de Libreros de Madrid (que el año pasado reconoció, casualmente, otra historia real sobre
una madre y una hija: Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff).
Gornick, que ha desempeñado una carrera académica, centrada en la no ficción, pertenece a la generación de Alice Munro, Toni Morrison.
Margaret Drabble, Margaret Atwood y Angela Cárter, entre otras escritoras
anglosajonas ilustres. Mujeres cultivadas, pioneras por su trayectoria
profesional; una generación llamada a introducir cambios, a establecer un nuevo paradigma de
mujeres libres e independientes. Pero no era todo tan fácil, ni se sentían tan fuertes. Este libro de memorias,
a caballo entre lo íntimo y lo colectivo, lo atestigua.
Podríamos resumir la novela diciendo que
la autora, una mujer madura, camina con su madre, ya anciana, por las calles de
Manhattan, y en el transcurso de esos paseos llenos de reproches, de recuerdos
y complicidades, va desgranando el relato de la lucha de una hija por encontrar
su propio lugar en el mundo.
La relación con mi madre no es buena y, a medida
que nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora. Estamos atrapadas en
un estrecho canal de familiaridad, intenso y vinculante: durante años surge por temporadas un agotamiento,
una especie de debilitamiento, entre nosotras. Después, la ira brota de nuevo, ardiente y
clara, erótica en su
habilidad para llamar la atención.
¿Qué nos
quiere contar la autora? ¿Por qué utiliza a su madre como antagonista? Creo que la autora nos quiere enfrentar a dos
tipos de mujeres y cómo han planteado su vida a partir de la educación y los
estereotipos que las han marcado y cómo las mujeres de la generación de la
escritora al acceder a la cultura pudieran plantear un tipo de mujer diferente
y romper con el ideal romántico al que tenían que consagrar su vida.
¿Cómo nos lo
cuenta?
A partir de la vivencia personal, es un
libro de memorias, el punto de vista en primera persona aporta a la
novela el toque de sinceridad y honestidad de que hace gala toda la
historia, fundamentalmente en esa
relación de amor-odio con su madre, ella no ha sabido ser la hija que su madre
quería y su madre no le ha sabido dar el afecto que ella necesitaba, un afecto
que por otro lado, tampoco parece que haya sido capaz de dotar a sus relaciones
amorosas; en todas las relaciones afectivas veo un punto de desapego y frialdad
que sobrevuela la novela.
¿Cuál es el
punto de partida?
El punto de partida es la relación de la
autora con su madre, aunque a medida que la historia avanza nos va contando diferentes
momentos de su trayectoria personal. Desde el presente, la narradora, una mujer
madura, pasea junto a su madre, ya anciana, por Nueva York, ciudad que sirve de
marco y escenario de ese duelo femenino de reproches y de afectos aunque sean
feroces:
«Durante estos
paseos no nos queremos, sino que a menudo
rabiamos una contra la otra, pero de todas formas paseamos.»
Dos mujeres solas que pasean, la madre
enviudó décadas atrás y nunca quiso casarse de nuevo,
mientras que la hija no encontró una pareja estable; solo se
tienen la una a la otra, para lo bueno y para lo malo. No presenta una relación
fácil, se asienta más en las confrontaciones, los silencios y los
eventuales estallidos que en la hipotética ternura.
“Cada vez que me ve, dice: ‘Me odias. Sé que me
odias’. Voy a hacerle una visita y a cualquiera que esté presente -un vecino,
un amigo, mi hermano, uno de mis sobrinos- le dice: ‘Me odia. No sé qué tiene
contra mí, pero me odia’. Del mismo modo, es perfectamente capaz de parar por
la calle a un completo desconocido cuando salimos a pasear y soltarle: ‘Esta es
mi hija. Me odia’. Y a continuación se dirige a mí e implora: ‘¿Pero qué te he
hecho yo para que me odies tanto?’. Nunca le respondo. Sé que arde de rabia y
me alegra verla así. ¿Y por qué no? Yo también ardo de rabia”.”
El marco espacial y social.
Desde el presente la autora va
desgranando su vida y reconstruye su existencia desde los años cuarenta en el
Bronx, cuando era una niña y estaba rodeada de familias y mujeres. Esos vecinos
y, sobre todo, vecinas que se relacionan por proximidad, en las escaleras, los
descansillos, el barrio. Un retrato de “el todo”, el momento, por “la parte”,
el edificio.
Aquí, en este edificio completamente judío, estaba en su salsa, tenía suficiente espacio entre la piel de la
presencia social y la carne de un núcleo que no sabía nada de
ella y por el cual podía moverse,
expresarse con libertad, ser amable y sarcástica, histérica y
generosa, irónica y
criticona y, en ocasiones, lo que ella consideraba cariñosa: aquel comportamiento hosco y
avasallador que adoptaba cuando se veía invadida por la ternura que tanto temía.
¿Qué referentes femeninos rodean a
la autora?
En este
edificio judío empezamos a conocer a las mujeres que rodean a la escritora y
que son sus referentes femeninos en los que se proyecta desde niña para
construir su propia identidad y se convierte en una mujer emancipada: la Sra
Gornick, una mujer judía de costumbres rígidas y un fuerte temperamento,
satisfecha con su matrimonio, que se casa con un hombre al que se consagra en
vida y también en viudedad ya que no sale del papel de viuda una vez su marido
fallece, una señora, en suma, «respetable» en el vecindario;. Quizás su
contrapunto sea Netti, la vecina, el polo opuesto a la madre, una inmigrante
ucraniana, más joven, atractiva, sensual, una chica que lleva una vida un tanto
desordenada y se busca en el calor de los hombres. Y en mitad, en el centro de
la novela, está la autora. Una mujer de casi cuarenta a la que vemos de niña
mirando todo y recogiendo información y conductas mientras busca el tipo de
mujer que quiere ser. La narradora, poco a poco, interioriza que lo socialmente
aceptado es el rol de su madre; sin embargo, ella se siente mucho más atraída
por el comportamiento de Nettie, pese a ser reprobada por las mujeres «respetables», la conciencia de querer ser la esposa
convive con la inevitable atracción por el rol de la amante.
Todas nos entregábamos a nuestros placeres. Nettie quería seducir, mamá quería sufrir y yo quería leer. Ninguna de nosotras sabía cómo imponerse una disciplina que
condujese a la consecución de una vida
femenina ideal y corriente. Y, de hecho, ninguna de nosotras lo logró.
La universidad le permite huir de la
ordinariez y de la tosquedad de una madre cuyo mundo se limita al vecindario,
pero por mucho que
haya estudiado, la hija nunca consigue despegarse por completo de esa
brusquedad, una brusquedad que causa rechazo en ella, aunque a la vez la asume
como una parte de su identidad porque creció en ese entorno. Las contradicciones, en
fin de la mujer que intenta ascender de
clase por sí misma.
Frente a ese
universo femenino que giraba en torno de la figura masculina, y del amor como
lo único importante en el mundo de una mujer, la autora va relatando sus
fallidas relaciones amorosas, nos
presenta la reflexión de que una mujer no necesita ese otro yo para vivir y que
la realización personal no llega solo a través de un amor idealizado o sexual.
La autora encuentra en su trabajo intelectual, y en concreto en la escritura,
su refugio, el ámbito en el que se siente cómoda, realizada, serena; frente a tantas
representaciones culturales que promueven el amor como el ideal de felicidad.
Gornick nos habla de una mujer, de ella, que encuentra el bienestar en el
cultivo de sí misma. No está libre de malestar, claro: tropieza una y otra vez con la contradicción de querer ser una mujer emancipada y
no obstante repetir los mismos errores que tantas mujeres cometieron antes (un
matrimonio fallido, una temporada como la amante de un hombre casado). En teoría, las mujeres de su generación, a diferencia de sus madres, han
tenido muchas oportunidades a su alcance (estudios universitarios, viajes,
independencia económica, una experiencia del amor más libre e igual); con todo, se siente
frustrada por el fracaso sentimental, que pesa más que el éxito, y porque no siempre consigue
concentrarse en su profesión. Además, está el origen humilde: la dificultad para
despegarse de esa madre arraigada a sus raíces, tan diferentes del universo
intelectual por el que la narradora pretende desenvolverse.
Aquéllos fueron los años en los que a las mujeres como yo las
llamaban «Nueva», «Liberada», «Sin Pareja» (yo prefería «Sin Pareja», y sigo haciéndolo) y, efectivamente, me sentía nueva, liberada y sin pareja cuando me
sentaba frente al escritorio; pero por las noches, tumbada en el sofá, con la mirada perdida, mi madre se
materializaba en el aire frente a mi como diciéndome: —A/o tan rápido, querida. Tú y yo aún tenemos cosas pendientes.
Gornick no es la primera ni la última escritora en examinar estas cuestiones,
pero lo que hace de Apegos feroces una obra sobresaliente reside en su
manera de contarlas. Eso la hace única y a la vez universal, porque lo que relata atañe, porque las
mujeres pueden (podemos) reconocerse en su relato, sus dudas a lo largo del
camino, su tensión con la madre.
A partir de
la anécdota (la chachara
durante el paseo, las frases recurrentes de la madre, el hecho de preguntar qué ha sido de alguien como quien no quiere
la cosa), desgrana vivencias que la marcaron; las experiencias
trascendentales condensadas en los detalles, en las pequeñas cosas. Se le nota la trayectoria académica en su narración concienzuda,
con cursivas enfáticas, muy comedida, muy analítica.
En una
entrevista dirá:
Para mí, los hombres, el sexo y el
amor siempre han sido secundarios. No son los lugares en los que me he
encontrado a mí misma. Ese lugar es mi trabajo, la escritura. Como escritora,
sí que me he sentido realizada. No hay ningún ‘te quiero’ en el mundo que me
haya importado más que la escritura.
Fuentes:
- Devoradora de libros.
- El País: Vivian Gornick, 83 años, mujer enrabietada y fenómeno literario del año.Eva Blanco Medina .
- Apegos feroces: madre e hija, según Vivian Gornick.Manuel Hidalgo.
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