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sábado, 8 de diciembre de 2018
NOVELAS DE NAVIDAD
Pinchando en las imágenes y enlaces que aparecen a continuación tendrás un listado de novelas con temática navideña:
LIBROS PARA REGALAR EN NAVIDAD, 2018
Todo el bien y todo el mal de Care Santos
Se trata de una novela que genera planteamientos profundos. Reina es la protagonista de 'Todo el ben y todo el mal',
donde parece tenerlo todo: un marido, un exmarido, un amante, un hijo
adolescente, un trabajo que le encanta con un buen sueldo€ Sin embargo,
esa felicidad se ve rota en medio de un viaje de trabajo cuando recibe
una llamada con una noticia terrible para ella. Es entonces cuando se le
presentarán cuestiones incómodas sobre la realidad de su vida.
Yo, Julia de Santiago Posteguillo
La obra de Santiago Posteguillo logró el último Premio Planeta. 'Yo, Julia' es una novela de carácter histórico que cuenta las vivencias de Julia Domna,
esposa del gobernador Severo. En el 192 d.C. ella tiene una visión de
forjar una dinastía romana, algo que la lleva a una batalla diplomática y
vital ante los hombres con mayor poder en el Imperio romano.
Los señores del tiempo
El esperado desenlace de la Trilogía de la Ciudad Blanca.
El misterio llega a su fin.
El misterio llega a su fin.
Sinopsis de Los señores del tiempo:
Vitoria, 2019. Los señores del tiempo, una épica novela histórica ambientada en el medievo, se publica con gran éxito bajo un misterioso pseudónimo: Diego Veilaz.
Victoria, 1192. Diago Vela, el legendario conde don Vela, retorna a
su villa después de dos años en una peligrosa misión encomendada por el
rey Sancho VI el Sabio de Navarra y encuentra a su hermano Nagorno
desposado con la que era su prometida, la noble e intrigante Onneca de
Maestu.
Unai López de Ayala, Kraken, se enfrenta a unas desconcertantes muertes que siguen un modus operandi
medieval. Son idénticas a los asesinatos descritos en la novela Los
señores del tiempo: un envenenamiento con la «mosca española» ―la Viagra
medieval―, unas víctimas emparedadas como se hacía antaño en el «voto
de tinieblas» y un «encubamiento», que consistía en lanzar al río a un
preso encerrado en un tonel junto con un gallo, un perro, un gato y una
víbora....
Unai López de Ayala acabará descubriendo que Los señores del tiempo tiene mucho que ver con su propio pasado. Y ese hallazgo cambiará su vida y la de su familia.
A merced de un Dios salvaje de Andrés Pascual
Este thriller psicológico
se ambienta en La Rioja, donde un niño de 11 años se adentra por
primera vez en las bodegas familiares. Su aspecto recuerda en el pueblo
al del hermano menor de su madre, desaparecido veinte años antes. Este
hecho provoca el pánico en la localidad, puesto que temen que vuelva a
ocurrir lo mismo con el niño.
Chicago de David Mamet
Otro título para seguidores de la novela negra llega de la mano de David Mamet, un autor que hacía 20 años que no escribía. El libro se ambienta en el Chicago de los años 20, donde el protagonista, Mike Hodge, reconvertido a periodista de sucesos tras ser aviador del ejército, investiga la muerte de la mujer que ama, Annie Walsh, quien ha sido asesinada.
Nada que no sepas de María Tena
Esta novela, Premio Tusquets 2018, regresa al episodio que marcó el final abrupto de la adolescencia de la narradora y de la etapa más feliz de su familia. En concreto, la muerte de su madre en Uruguay a finales de los sesenta, en un momento en el que su vida se movía entre fiestas elegantes, días en la playa o divertidas celebraciones. Así, la protagonista se reencuentra con personas presentes en su infancia para conocer el motivo por el que se fue tan rápido a España con su hermano tras el inesperado fallecimiento.Mujeres en lucha: 150 años de reivindicacion en lucha
Para quienes quieren acercarse de
una manera desacomplejada y didáctica a la historia de lucha feminista.
Marta Breen y Jenny Jordahl nos proponen una novela gráfica que trata
sobre la lucha por los derechos de la mujer en todo el mundo, unos
derechos que hay que pelear día a día, porque en este tema no hay
capítulos cerrados todavía.
Aroma árabe: recetas y relatos
Para cocinillas a los que no solo
les gustan las recetas, sino todo lo que envuelve el buen comer, que no
deja de ser arte, vida, viajes, recuerdos… En esta obra, Salah Jamal
reúne todo un recetario de la cocina árabe junto con relatos históricos,
costumbres culinarias y muchas anécdotas sobre la vida en el mundo
árabe.
Reina roja
Para amantes de la novela negra.
Juan Gómez-Jurado ha creado un personaje que no podrá dejar de
fascinarte y lo ha convertido en la protagonista de su novela. Se trata
de Antonia Scott, una mujer de una inteligencia clarividente que no es
ni policia ni detective, pero que, a lo Miss Marple, resuelve crímenes.
Antonia lleva tiempo sin salir de su ático de Lavapiés cuando oye unos
pasos en la escalera que lleva a su casa y sabe que la inesperada visita
no le va a gustar…
La hija del relojero
Para seguidores de la autora Kate
Morton y amantes de la novela en general. En esta sexta novela, Morton
nos fascina con una historia contada por varias voces a través del
tiempo. Un libro de bocetos hará que Elodie Winslow recuerde una
historia que su ya fallecida madre le contaba cuando era pequeña y el
hecho de que se ponga a escarbar hará que se encuentre con un asesinato y
un robo que veremos si puede esclarecer y que la llevarán a revisitar
su pasado familiar.
FELIZ NAVIDAD 2018
Al
buscar un relato navideño y dejando de lado a Dickens, he encontrado
esta pequeña joya del escritor norteamericano Paul Auster. En
esta historia nos encontraremos todos los detalles característicos de
las narraciones navideñas: la ancianita ciega, el joven bonachón que
hace feliz a la anciana en sus últimos días, la comida navideña y hasta
el regalo, aunque este se disfrace de otra cosa...
Este breve cuento dio lugar a la película Smoke del director Wayne Wang quien quedó fascinado tras su lectura y decidió proponerle a Auster que escribiera un guión para adaptarlo al cine. Auster aceptó, y como resultado nació la película, que aprovecha los dos brillantes detalles del cuento original. Aparte de los motivos del cuento de Auster, poco más habría que reseñar de este film. Sin embargo, debo recomendar la música de Rachel Portman, es difícil leer el cuento sin imaginar su melodía de fondo.
Este breve cuento dio lugar a la película Smoke del director Wayne Wang quien quedó fascinado tras su lectura y decidió proponerle a Auster que escribiera un guión para adaptarlo al cine. Auster aceptó, y como resultado nació la película, que aprovecha los dos brillantes detalles del cuento original. Aparte de los motivos del cuento de Auster, poco más habría que reseñar de este film. Sin embargo, debo recomendar la música de Rachel Portman, es difícil leer el cuento sin imaginar su melodía de fondo.
¡Ah!
se me olvidaba, que descanséis, que disfrutéis de la familia, de los
amigos... y que el 2019 os traiga todo aquello que deseáis.
¡¡¡FELIZ NAVIDAD Y UN PRÓSPERO 2019!!!
El cuento de navidad de Auggie Wren", de Paul Auster
Le
oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien
en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió
que no utilizara su verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia
de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es
exactamente como él me la contó.
Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años. Él trabaja
detrás del mostrador de un estanco en la calle Court, en el centro de
Brooklyn, y como es el único estanco que tiene los puritos holandeses
que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo. Durante mucho
tiempo apenas pensé en Auggie Wren. Era el extraño hombrecito que
llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el
personaje pícaro y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir
acerca del tiempo, de los Mets o de los políticos de Washington, y nada
más.
Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista
en la tienda cuando casualmente tropezó con la reseña de un libro mío.
Supo que era yo porque la reseña iba acompañada de una fotografía, y a
partir de entonces las cosas cambiaron entre nosotros. Yo ya no era
simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido en una
persona distinguida. A la mayoría de la gente le importan un comino los
libros y los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un
artista. Ahora que había descubierto el secreto de quién era yo, me
adoptó como a un aliado, un confidente, un camarada. A decir verdad, a
mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi inevitablemente, llegó
el momento en que me preguntó si estaría yo dispuesto a ver sus
fotografías. Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera
manera de rechazarle.
Dios sabe qué esperaba yo. Como mínimo, no era lo que Auggie me
enseñó al día siguiente. En una pequeña trastienda sin ventanas abrió
una caja de cartón y sacó doce álbumes de fotos negros e idénticos. Dijo
que aquélla era la obra de su vida, y no tardaba más de cinco minutos
al día en hacerla. Todas las mañanas durante los últimos doce años se
había detenido en la esquina de la Avenida Atlantic y la calle Clinton
exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de
exactamente la misma vista. El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil
fotografías. Cada álbum representaba un año diferente y todas las
fotografías estaban dispuestas en secuencia, desde el 1 de enero hasta
el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas debajo de
cada una.
Mientras hojeaba los álbumes y empezaba a estudiar la obra de Auggie,
no sabía qué pensar. Mi primera impresión fue que se trataba de la cosa
más extraña y desconcertante que había visto nunca. Todas las
fotografías eran iguales. Todo el proyecto era un curioso ataque de
repetición que te dejaba aturdido, la misma calle y los mismos edificios
una y otra vez, un implacable delirio de imágenes redundantes. No se me
ocurría qué podía decirle a Auggie; así que continué pasando las
páginas, asintiendo con la cabeza con fingida apreciación. Auggie
parecía sereno, mientras me miraba con una amplia sonrisa en la cara,
pero cuando yo llevaba ya varios minutos observando las fotografías, de
repente me interrumpió y me dijo:
—Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio.
Tenía razón, por supuesto. Si no te tomas tiempo para mirar, nunca
conseguirás ver nada. Cogí otro álbum y me obligué a ir más
pausadamente. Presté más atención a los detalles, me fijé en los cambios
en las condiciones meteorológicas, observé las variaciones en el ángulo
de la luz a medida que avanzaban las estaciones. Finalmente pude
detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de
los diferentes días (la actividad de las mañanas laborables, la
relativa tranquilidad de los fines de semana, el contraste entre los
sábados y los domingos). Y luego, poco a poco, empecé a reconocer las
caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino de su
trabajo, las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas,
viviendo un instante de sus vidas en el objetivo de la cámara de
Au-ggie.
Una vez que llegué a conocerles, empecé a estudiar sus posturas, la
diferencia en su porte de una mañana a la siguiente, tratando de
descubrir sus estados de ánimo por estos indicios superficiales, como si
pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera penetrar en los
invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos. Cogí otro álbum. Ya
no estaba aburrido ni desconcertado como al principio. Me di cuenta de
que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo
humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y
deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había
elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie
continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado
leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.
—Mañana y mañana y mañana —murmuró entre dientes—, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos.
Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Eso fue hace más de dos mil fotografías. Desde ese día Auggie y yo
hemos comentado su obra muchas veces, pero hasta la semana pasada no me
enteré de cómo había adquirido su cámara y empezado a hacer fotos. Ése
era el tema de la historia que me contó, y todavía estoy esforzándome
por entenderla.
A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New
York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que
aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue
decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de
la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono,
sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la
Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?
Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de
Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las
propias palabras "cuento de Navidad" tenían desagradables connotaciones
para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita
sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran
otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por
nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía
nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera
sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad,
una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin
patas o un gorrión sin alas.
No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en
que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en
el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie
detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin
proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre
él.
—¿Un cuento de Navidad? —dijo él cuando yo hube terminado. ¿Sólo es
eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de
Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra
es verdad.
Fuimos a Jack’s, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos
sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers
colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro
almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.
—Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y
empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte
años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más
patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared
del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había
mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no
le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a
gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de
detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida
Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le
había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me
agaché para ver lo que era.
"Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su
carnet de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que
podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y
dirección en el carnet, pero me dio pena. No era más que un pobre
desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui
capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que
en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o
abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un
uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me
figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn
sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de
bolsillo?
"Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso
de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al
respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer.
Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año
él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que
estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo,
y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la
cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así
que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.
"La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas.
Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de
encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez
la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro
el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no
hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más
y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene
hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién
es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.
"—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.
"Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.
"—Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.
"Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.
"Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir
algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que
estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.
"—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.
"No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no
quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de
pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la
abrazaba a ella.
"No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos,
pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando
engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin
tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que
yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como
para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la
hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me
alegré de seguirle la corriente.
"Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello
era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede
esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me
preguntaba cómo estaba yo le mentía. Le dije que había encontrado un
buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le
conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.
"—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.
"Al cabo de un rato, empecé a tener hambre. No parecía haber mucha
comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un
montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente
de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel
tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que
entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante
decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y
cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar,
donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me
disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces
cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que
hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue
una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.
"Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la
ducha, veo un montón de seis o siete cámaras. De treinta y cinco
milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera
calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde
almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y
ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en
el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y,
sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo
al cuarto de estar.
"No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela
Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti,
supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió
durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico
molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una
nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente
me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y
salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.
—¿Volviste alguna vez? —le pregunté.
—Una sola —contestó. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan
mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún.
Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no
estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía
otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.
—Probablemente había muerto.
—Sí, probablemente.
—Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.
—Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.
—Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
—Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
—La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la
persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.
—Todo por el arte, ¿eh, Paul?
—Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.
—Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no?
—Sí —dije—. Supongo que sí.
Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una
sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero
la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena
del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me
ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de
preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca
me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba.
Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no
pueda ser verdad.
—Eres un as, Auggie —dije—. Gracias por ayudarme.
—Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?
—No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.
—Excepto el almuerzo.
—Eso es. Excepto el almuerzo.
Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.
Paul Auster, Smoke & Blue in the face, Editorial Anagrama.
Aquí tienes el fragmento de la película en la que Harvey Keitel le explica esta historia navideña al alter ego de Pual Auster William Hurt:
"EL SEÑOR PIP", Lloyd JONES
“Siempre era un
alivio volver a Grandes esperanzas.
Contenía un mundo que era íntegro y, a diferencia del nuestro tenía sentido.”
La novela
“El señor Pip”
del neozelandés Lloyd Jones es un libro que
podemos calificar como metaliterario, es decir, literatura que habla de
literatura, en este caso, de la novela “Grandes
esperanzas” de Charles Dickens, y de cómo puede influir un libro en la vida de una persona ¿Puede llegar a cambiar
la vida de alguien? Posible o imposible, pero para los amantes de la lectura
entre los que me incluyo esta premisa nos ha de parecer fascinante. En esta
novela la lectura de una novela puede cambiarlo todo, la forma de ser y de
sentir y hasta el curso de los acontecimientos. Tengo que señalar mi debilidad
ante los libros que hablan de libros y no es de extrañar que este libro me
parezca entrañable. Creer que la lectura tiene la capacidad de cambiar el mundo puede
resultar ingenuo, seguramente, pero al igual que Matilda para mí la lectura me
ha permitido descubrir mundos, personalidades y circunstancias que de otra
manera no habría podido conocer ni vivir, “procurarnos otra vida”, Harold Bloom
dijo alguna vez que la lectura nos aporta el don de la alteridad; esto es,
cambiar nuestra perspectiva por una ajena, ya sea la del personaje, la del
narrador o la del autor, y observarlo todo desde otro punto de vista. Es un
ejercicio mental: la alteridad otorga flexibilidad de pensamiento, y elude la
comodidad de permanecer encallados en la idea de que nuestra propia cosmovisión
es la única posible. Por
tanto, estoy convencida, que te hace una
persona más libre y seguramente más tolerante. Por todo ello es evidente que
este libro me ha llegado muy al fondo.
EL AUTOR
Lloyd Jones (foto Salamandra) |
Jones en 2012 |
Lloyd
Jones nació en Nueva Zelanda en 1955 y estudió Ciencias Políticas, pero
nunca llegó a graduarse por la multas acumuladas en la biblioteca durante su
último año de estudios. Ejerció como periodista varias años antes de dar el
salto a la literatura. Ha publicado un volumen de relatos y ocho novelas, entre
las que se encuentran Biography o The Book of Fame.
Con la publicación de El Señor Pip, Lloyd Jones se convirtió
en uno de los escritores más célebres de Nueva Zelanda, y merced al boca oreja,
el libro se encumbró hasta el primer lugar de las listas de éxitos de su
país y Australia. Con esta novela se dio a conocer a nivel
internacional, recibiendo numerosos premios y distinciones, entre ellos fue Ganador
del Premio de la Commonwealth en 2007 e inesperado finalista
del Premio Man Booker, ese mismo año.
EL SEÑOR PIP
ISBN: 9788498381795
FECHA DE PUBLICACIÓN: 1 de Octubre de 2008
RESUMEN DEL ARGUMENTO
La
historia se desarrolla en años muy cercanos, 1991 y siguientes, durante la guerra
civil que asoló Papua-Nueva Guinea. El personaje principal es una
niña, Matilda, una niña negra, adolescente, que vive en la pequeña isla de
Bougainville, en medio del Océano Pacifico, cuando se inicia la
historia tiene 13 años. Es un territorio que pertenece a Papua-Nueva
Guinea. La vida en la isla es sencilla, calmada, sin demasiadas
complicaciones, en realidad tienen todo lo que necesitan: un clima cálido,
frutas, cerdos, un mar con muchos peces, techos enclenques y una escuela. Tiene minas de cobre, explotadas por
multinacionales y muchos nativos están empleados en la extracción del
mineral. La guerra civil se originó precisamente, porque los rebeldes
declararon la guerra a la compañía que explotaba la mina y eso hizo que
interviniese el ejército de Papua-Nueva Guinea, los “pieles rojas”. Esto
instaura un tiempo de inseguridad y miedo, que en un lugar como ese
resulta antinatural.
Todos los hombres blancos de la
isla la abandonan cuando se producen las primeras escaramuzas. Todos menos el
señor Watts. Es una persona singular, ya de edad avanzada, delgado, que vive en
la isla desde hace años en compañía de su esposa, no se sabe nada de él ni
llegaremos a saberlo, él nos cuenta su historia, pero vemos claramente que
fabula sobre ella y cuando Matilda busca la verdad sobre el personaje y visita
a su primera mujer, nos dice:
“…No sé nada
del hombre al que June Watts conoció. Yo solo conozco al hombre que nos enseñó
a reinventar el mundo, y a ver la posibilidad del cambio, a recibirlo en
nuestras vidas. Tu barco de vapor podía llegar en cualquier momento, y ese
barco podía adoptar muchas formas…”
El
señor Watts es un profesor atípico. Comienza su andadura como maestro
confesando ante sus alumnos que él no lo sabe todo y que posiblemente no pueda
responder a la totalidad de las preguntas que le hagan. Después hace entrar en
escena a su autor literario favorito, Charles
Dickens, a quien llamará señor Dickens, haciendo que parezca cercano pese a
estar separado en el tiempo por más de un siglo. A través de su
novela, “Grandes Esperanzas”,
predilecta del señor Watts, introduce en su clase al personaje principal
de la obra, el señor Pip, que será un compañero más de los alumnos de tan
pintoresca aula. El señor Watts hace que Pip anide en su clase y sea el
aglutinante. Pero no por eso deja de procurar que los niños aprendan su propia
cultura. Propone y consigue que las personas mayores de la aldea transmitan sus
conocimientos a los jóvenes. Conocimientos de cosas simples y cotidianas, de
leyendas, de costumbres heredadas de sus mayores. Lo que pretende es que su
mundo no se desligue de sus ancestros. Sin dejar de explicar lo que Pip hace en
su vida, quiere que ellos no rompan con lo que configura su entorno, su propia
cultura, no reñida con ninguna otra.
En
poco tiempo la isla está incomunicada. No solo eso, las aldeas que la componen
han visto como sus hombres hasta una edad juvenil, se han unido a la
guerrilla, por lo que en ellas solo quedan mujeres, viejos y adolescentes, como
son Matilda y sus compañeros.
Una
mente adolescente es un vivero donde sembrar conocimientos, es un
campo de “grandes esperanzas” como indica la obra de Dickens. Matilda es
una prueba de ello. Tiene una madre, Dolores, que es rotunda y real como la
vida misma. Su convivencia con ella, desde el inicio de la aventura
escolar del señor Watts, se torna complicada. Dolores está muy interesada
en conocer al señor Pip, si bien tendrá con el señor Watts diferencias
notables; ya que mientras para el improvisado maestro, su libro de cabecera es
el mencionado “Grandes esperanzas”, para Dolores es la Biblia. Pero en el
momento clave, ella se presentará como una mujer valiente capaz de
enfrentarse a la brutalidad y no se doblegará aunque las consecuencias para
ella sean terribles.
Cuando los
soldados destruyen todo lo que tienen ¿Cómo hacerle entender a un tipo que sólo
se expresa mediante las armas que Pip es el personaje de un libro? Todos lo
pierden todo, solo les quedará la palabra. La narración oral servirá para
recobrar la esperanza, Watts relata otras historias, reúne a su gente junto al
fuego e incluso a los rebeldes que se escondían en la selva, las historias capturan sus golpeadas conciencias. Aquellos
insurgentes pudieron haber destruido todo, pero las palabras no, las palabras
son lo único que jamás podrán arrebatarles.
El destino, no
obstante, le tiene reservado un camino aún más espinoso a la joven isleña.
Mucho más espinoso, incluso, que aquel de Pip cuando recala en Londres. Matilda
lo pierde todo, su historia, su mundo, su identidad. Antes de huir de su
tierra, reflexiona: “Ya sabía yo lo que
era marcharse. Sabía por Pip lo que era irse de un sitio. Sabía que no se mira
atrás”.
La novela de
Lloyd Jones pretende tender puentes entre ambas épocas, y demostrar cuántos factores aún nos relacionan con el
pensamiento y los patrones de comportamiento entre un siglo y el
precedente. El éxodo rural fue uno de los temas que mejor retrató
Dickens: sus grandes historias versan sobre los sufrimientos de los desplazados
a las grandes ciudades en la era victoriana, así como la relación de las nuevas
clases medias con el incipiente sistema capitalista. Aunque en otro hemisferio
y en otro siglo, no es muy diferente a los padecimientos de Matilda y su
comunidad: afectados por la falta de escrúpulos de una compañía minera, por las
guerras sangrientas y el abuso de poder, el único destino que les queda a estos
míseros campesinos es trasladarse a zonas urbanas.
Escudo de la bandera de Bougainville. |
Asimismo, tanto
Pip como Matilda acceden a un mundo que, de no haber existido un cambio
imprevisto en sus vidas, les habría sido imposible ingresar. En el caso de Pip
se debió a un golpe de suerte. Para Matilda fue mucho más trágico, tuvo que
perderlo todo para que el destino se compadeciera de ella, y pudiera escapar
del salvajismo. Progresar mediante el propio esfuerzo, saber aprovechar las
oportunidades, incluso gracias a los golpes de suerte y no a través de lo que
se ha heredado durante generaciones, es el vehículo que impulsa hacia delante a
ambos personajes.
Durante la
época victoriana era común que las novelas –publicadas por entregas– fueran
leídas a toda la familia por un integrante, preferentemente el padre. Es
llamativo que Grandes esperanzas aterrice en las mentes de los alumnos
de Bouganville mediante la lectura en voz alta del señor Watts. La narración
oral, de hecho, es una pieza fundamental en la novela de Jones, y esto le
permite al maestro tergiversar ciertos pasajes de la historia para adaptarla a
los infantiles oídos de sus alumnos. Años después, ya en Australia, Matilda lee
la novela y advierte que el señor Watts había reinterpretado la obra,
construido un universo distinto del que ahora le llegaba mediante la letra
impresa. Matilda comprende así el mecanismo de toda experiencia lectora: cuando
uno lee rescribe la historia según su propia razón. Concibe una historia
diferente, con otra forma.
Dejando atrás
las analogías, hay dos aspectos preponderantes que tienden puentes entre ambos
mundos y ambas obras: en primer término, la búsqueda de la identidad; en
segundo, el poder la palabra como salvador y generador de vida.
Y esta
conquista de una nueva identidad no sería posible sin el valor que la palabra
tiene en la vida de Matilda. Del poder de la palabra para construir mundos allí
donde la mano destruye. Después de perderlo todo, el único patrimonio de la
joven protagonista es la ilusión recobrada gracias a Pip. En una tierra sin
libros, donde las narraciones son solamente orales, el texto –oral o impreso–
es capaz de reconfigurar su mundo, de abrir nuevas puertas. Como si de una
Biblia se tratara, Grandes esperanzas termina convirtiéndose en una
herramienta de búsqueda de sentido, en un mundo que se desvanece. Para Matilda,
Pip se erige en una especie de Mesías que asegura la salvación entre tanta
escasez y desesperanza. Y esta comparación no es gratuita: uno de los pasajes
más intensos de la novela lo representa la discusión entre el señor Watts, que
defiende la lectura del relato de Pip, y Dolores, la madre de Matilda, una
apasionada cristiana que considera a Pip una especie de demonio que ha venido a
tergiversar las conciencias de los niños del pueblo. La palabra se erige, así,
en el patrimonio en juego del debate. La palabra como herramienta catalizadora,
creadora de mundos.
La
palabra también será terapéutica, para Matilde le permite salir de la depresión
en la que estaba sumida en el frío Londres, la escritura de su historia y del
señor Wats le permitirá escapar de la tristeza y ese es el libro que hemos
leído, pero creo que para terminar nada mejor que las palabras del libro:
El señor
Dickens al que conocí también tenía barba y el rostro enjuto y ojos que querían
escapar de la cara. Pero mi señor Dickens iba descalzo y con la camisa desabrochada.
Salvo en ocasiones especiales, por ejemplo cuando daba clase, y entonces vestía
traje.
Sólo
en fechas recientes se me ocurrió que nunca lo vi con machete: su arma para
sobrevivir era el relato. Y en una ocasión, hace mucho tiempo y en
circunstancias muy difíciles, mi señor Dickens nos había enseñado a todos
nosotros, los niños, que nuestra voz era especial, y deberíamos recordarlo
siempre que la usásemos, y tener siempre en mente que al margen de lo que nos
pasara en la vida, nunca podrían arrebatárnosla.
Durante un breve
tiempo, había cometido el error de olvidar esta lección.
En medio del silencio respetuoso, sonreí
por todo lo que los demás no sabían. La historia de Pip era la mía, aun cuando
hubiera sido una niña y tuviera la cara negra como la noche resplandeciente.
Pip es mi historia, y al día siguiente lo intentaría donde había fallado Pip.
Trataría de volver a casa.
FUENTES:
- CLUB DE LECTURA A CORUÑA: https://clublecturacoruna.com/2013/10/03/el-senor-pip-de-lloyd-jones/
- REVISTA DE LETRAS: http://revistadeletras.net/dickens-pip-un-puente-a-traves-del-tiempo-y-de-los-mares/
El
director de cine Andrew Adamson ha dirigido la adaptación
al cine de El Señor Pip. La premiere de la película fue mostrada en el
Festival de Cine Internacional de Toronto en septiembre de 2012, y se prevé el
estreno en Australia/Nueva Zelanda este Octubre. Hugh
Laurie es una de las estrellas del film interpretando el papel del Sr.
Watts.
Este
es el tráiler de la película:
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