“Para la mayor
parte de la Historia, Anónimo era una mujer”. Esta cita de la escritora
feminista Virginia Woolf –Reino Unido, 1882-1941- critica la
invisibilización que ha tenido la mujer en la literatura. Relegadas a un
segundo plano en la vida política, laboral y social, las mujeres han tenido que
luchar históricamente con el lugar que les habían asignado en el mundo: el
hogar y la familia.
Anónimos, como
ella destaca, eran los autores de grandes obras españolas como el Lazarillo
de Tormes o el Cantar del Mío Cid. También el de obras
extranjeras como la mítica Las mil y Una noches o La Saga de Erik el
Rojo. Conocer la autoría de estos títulos es imposible a día de hoy, pero
sí se tienen datos de la huella que ha dejado la mujer en la literatura.
La poca
presencia de la mujer en los ámbitos literarios puede comprobarse fácilmente a
través de los galardones. El premio literario internacional más conocido es sin
duda el Nobel de Literatura. Desde su creación en 1901 hasta 2018
ha premiado a 15 mujeres frente a 100 hombres.
Por otra parte,
el reconocimiento más importante en lengua castellana, el Premio
Cervantes, tan sólo ha galardonado a cuatro mujeres frente a 38
hombres desde que se instauró en 1976: María Zambrano (1988), Dulce
María Loynaz (1992), Ana María Matute (2010) y Elena Poniatowska (2013).
Y otro premio
con gran importancia en España, el Premio Planeta, ha distinguido a 17 mujeres
desde 1952. Entre las últimas, Dolores
Redondo en 2016 y Alicia
Giménez Bartlett un año
antes.
“Las mujeres
han vivido todos estos siglos como esposas, con el poder mágico y delicioso de
reflejar la figura del hombre, el doble de su tamaño natural”, aseveraba
también Virginia Woolf en Una habitación con vistas.
Históricamente, una
mujer no podía superar intelectualmente a un hombre. Otra dificultad
añadida a la hora de que muchos editores se decidieran a publicar sus libros e
incluso a que lectores quisieran comprarlos. De ahí el uso de tantos seudónimos masculinos para ocultar su identidad. Entre ellas,
las hermanas Brönte cambiaron sus nombres –Charlotte, Emily y Anne- por otros
masculinos o en épocas más cercans la escritora inglesa J.K. Rowling.
También hay
sospechas de hombres que se apropiaron de los contenidos creativos de sus
mujeres en distintas disciplinas artísticas. En literatura ha sido ampliamente
discutido el papel de Zelda Fitzgerald en la obra de su esposo
y autor de El Gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald.
Tras publicarse
en 1970 su biografía por Nancy Milford, críticos y académicos
comenzaron a revisar su obra y su posible implicación en los libros de su
esposo. Sobre todo, gracias a la novela que publicó en solitario Save
Me the Waltz, que estaba basada en la vida en matrimonio de ambos y que
puso furioso a Scott, quien aseguraba que incluía material que él pensaba
utilizar para otro título.
Tras obligarla
a eliminar dichos elementos, la obra que escribió Zelda en tan sólo dos meses
dio que pensar sobre su influencia en el gran autor. Precisamente en esa
novela, escribió el crítico literario del Times Michiko Kakutani, Zelda logró
“expresar su propia desesperación heroica de tener éxito en algo propio,
y también logró distinguirse a sí misma como una escritora.
Ese 'algo
propio' que las mujeres no podían lograr si no tenían una independencia y
solvencia económica, tiempo y espacio propio que les permitiera escribir. Y así
lo resumía Virginia Woolf en dos citas de Una habitación propia:
“Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien”; y
"Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir”.
Pese a las
dificultades vividas a lo largo de la historia, las mujeres que han logrado
notoriedad en el ámbito literario lo han hecho con grandes obras.
En el Archivo de RTVE.es pueden encontrarse múltiples entrevistas y reportajes de escritores
en lenguas ibéricas. Aquí también son más hombres que mujeres (56 frente a 14),
pero pueden hallarse documentos
de grandísimas autoras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario