domingo, 12 de abril de 2020

NATALIA GINZBURG: LÉXICO FAMILIAR


Natalia Ginzburg es una gran escritora pequeña, capaz de contar la intimidad y el paso del tiempo. Ligera y profunda al mismo tiempo, su obra muestra una extraordinaria capacidad de percepción de las aristas del ser humano. Tras su prosa aparentemente modesta y natural hay una mirada comprensiva y un relato en off del siglo XX.
En 2002, Ignacio Martínez de Pisón escribía en las páginas de Letras Libres:
"su imagen se aviene bien con la que uno ha acabado formándose de las protagonistas de sus historias, con esas mujeres indecisas y melancólicas, desorientadas, huidizas, conscientes solo de su condición incolora, frágiles o directamente rotas, culpables sin culpa alguna, atenazadas por la vergüenza, adultas contra su voluntad, mujeres que en buena parte desconocen sus propios sentimientos, que se sorprenden por el interés de los hombres, que se embarcan en matrimonios equivocados y en un momento u otro tienen que enfrentarse al vacío de la propia existencia... Con personajes así y con los episodios nunca extraordinarios de las crónicas familiares (las muertes y los nacimientos, los noviazgos y las bodas, las separaciones) supo Natalia Ginzburg levantar un mundo al mismo tiempo delicado y consistente, minúsculo y grandioso, íntimo y universal, y uno no puede sino preguntarse por qué ha sido tan escaso el eco que su obra ha obtenido en nuestro país."

Fuente: LETRAS LIBRES: ¿Por qué importa Natalia Ginzburg? Elena Medel, Aloma Rodríguez


 


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    Lexico familiar 








    Título original: Lessico famigliare
    Edición: Lumen (febrero 2016)
    Traducción: Mercedes Corral
    Páginas: 266
    ISBN: 978-84-264-0295-0
    Precio: 19,90 €






    «Somos cinco hermanos. Vivimos en distintas ciudades y algunos en el extranjero, pero no solemos escribirnos. Cuando nos vemos, podemos estar indiferentes o distraídos los unos de los otros, pero basta que uno de nosotros diga una palabra, una frase, una de aquellas antiguas frases que hemos oído y repetido infinidad de veces en nuestra infancia, nos basta con decir: «No hemos venido a Bérgamo a hacer campamento» o «¿A qué apesta el ácido sulfhídrico?», para volver a recuperar de pronto nuestra antigua relación y nuestra infancia y juventud, unidas indisolublemente a  aquellas frases, a aquellas palabras». (Pág. 37)

    Las palabras son las que cohesionan y dan fuerza a la historia que nos narra la autora, es un libro autobiográfico, por sus páginas se pasean la historia de la Italia antifascista y los grandes intelectuales italianos del siglo XX. Pero lo más importante es la anécdota cotidiana, y para entender la clave del libro nos hemos de ir a sus últimas palabras:
    «¡La de veces que he oído contar esa historia!»

    Esta frase que pronuncia el padre de Natalia Ginzburg, y con la que acaba el libro, resume su esencia,  pues la historia que Natalia quiere recordar son aquellas anécdotas que forman parte de su universo familiar y que, a veces de forma inconsciente, se quedan grabadas formando nuestra identidad, nuestra memoria, nuestra historia. El título del libro Léxico familiar apunta la principal característica de la novela, no detallar los hechos biográficos sobre los que pasa rápidamente y en ocasiones de puntillas sino evocar todas aquellas palabras y recuerdos que forman nuestra memoria familiar. Y para mí uno de los elementos más interesantes de esta novela es que me ha hecho replantear mi propio léxico familiar y recordar aquellas historias vividas en mi infancia que son un recuerdo a través de las palabras pronunciadas por mi madre y por mi padre y no dejo de sorprenderme al recordar algún fragmento poniéndole ese deje andaluz que mi madre no ha perdido nunca. El hacerme reflexionar sobre cómo recuerdo las historias vividas y el percibir que las memorizo a través de cómo me fueron contadas  es para mí lo más importante de la novela, al igual que Proust en su obra En busca de tiempo perdido, el recuerdo viene a través de una sensación y no a través del recuerdo racional en el famoso fragmento de la magdalena, Natalia Ginzburg nos hace pensar que el mundo familiar nos viene a la mente no por un acontecimiento sino por cómo ese hecho fue contado en nuestra familia. La mención de Proust no es gratuita, en la obra se hacen múltiples referencias al autor francés y la misma autora tradujo la obra del escritor francés, tarea nada fácil dada la complejidad de la novela. 

    Pasolini, Natali, Bassari
    La lectura de Léxico familiar ha tenido otro elemento fundamental y es conocer la personalidad de una de las mujeres más brillantes de la Europa del siglo XX, intelectual antifascista, amiga de las grandes personalidades de la literatura italiana como Cesare Pavese o Italo Calvino, o de un cineasta como Pier Paolo Pasolini   interviniendo en la película El Evangelio según San Mateo, en la que interpretó a María de Betania. Elegida diputada del Parlamento por el Partido Comunista Italiano en 1983 y una gran desconocida para la mayoría de nosotros, conocemos a Pavese, Calvino o Passolini, pero hemos oído de paso el nombre de Natalia Gisburg, una mujer brillante olvidada como tantas otras. 
     
    Natalia Ginzbutg interpretando a María de Betania, El evangelio según San Mateo, de Pasolini

    La obra fue escrita en 1963, ganó el Premio Strega y se considera una de las mejores novelas de Natalia Ginzburg, en la obra plantea uno de los temas cruciales de la narradora, el microcosmos de la vida familiar. Obra de corte autobiográfico, que no histórico, como la propia autora aclara en el prólogo:

    «Aunque esté basado en hechos reales, me gusta pensar que Léxico familiar va a leerse como una novela, pidiéndole a este libro todo lo que solemos pedir a la ficción.»

    Natalia no cuenta grandes  historias con enrevesados giros, espectaculares momentos o dramáticos desenlaces, no porque no los viviese, sino porque ella prefería observar la realidad con la lupa que aumenta los pequeños momentos del día a día, las cotidianidades tan necesarias como imprescindibles para entender un país o una vida.

    Natalia Ginzburg con Italo Calvino
    Léxico familiar también es el testimonio imprescindible de un país: Italia; de una época: la llegada del fascismo de Mussolini y el estallido de la Segunda Guerra Mundial; y de un sector de la población: los judíos y los antifascistas. Natalia, nacida en el seno de una familia judía (su apellido de nacimiento, Levi, ya nos da una pista clara) de fuertes convicciones antifascistas. Por su hogar, ya desde pequeña, ve entrar y salir continuamente a futuros políticos, activistas e ideólogos socialistas, comunistas y antifascistas; a algunos los refugiaron en su propia casa; muchos murieron o se exiliaron durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, el libro, en la cuidada edición de Lumen, incluye una adenda de notas de la traductora con aclaraciones sobre la identidad de los personajes que van apareciendo.

    Natalia nos habla con un tono de ironía y de nostalgia de ese padre políticamente progresista pero socialmente conservador que preveía para sus hijas un único futuro, a saber, casarse y ser mantenidas económicamente.
    «Paola no estudiaba, pero a mi padre no le preocupaba, pues era una chica. Él tenía la idea de que no pasaba nada porque las chicas no tuvieran ganas de estudiar, pues después se casaban.» (Pág. 84).

    Giusseppe Levi
    Sin embargo, Natalia consiguió lo que en esa época pocas mujeres lograban: contar con sus propios recursos gracias a su escritura. Giuseppe Levi, conocido en el entorno familiar como Beppino, tenía un carácter despótico y temperamental con unos arrebatos que explotaban de repente por los motivos más nimios, convirtiendo la convivencia de esa casa en una “pesadilla” en palabras de la propia Natalia. Beppino les llamaba “palurdos”, “cataplasmas”, tronaba como Neptuno con su tridente: «¡No hagáis groserías!», «¡No hagáis mejunjes!», dando miedo a todo el mundo. Sin embargo, Natalia no nos transmite ese ambiente de terror en su relato sino que lo asume como una cualidad más de su padre que se equilibraba con otras muchas virtudes.
    Con un tono más dulce y tierno recuerda a su madre, esa mujer que discutía con todo el mundo pero que luego hacía como que no pasaba nada
        «Mi madre no había elegido ninguno de esos dos mundos (el científico al que pertenecía su marido y el cultural que adoraban sus hijos), pero vivía un poco en uno y un poco en el otro, y en ambos estaba con alegría, porque su curiosidad nunca rechazaba nada, se nutría de todo tipo de bebida o de alimento.» (Pág. 74)
    Lidia era una mujer con muy poco contacto con sus emociones que, a diferencia de Beppino, que manifestaba su cariño a través de una exigencia y una dureza constantes, ella lo hacía a través de su ingenuidad: “Mi madre era muy inconstante e inestable en sus simpatías y relaciones: o veía todos los días a alguien o no quería verlo nunca”. Era una apasionada de las historias: recitaba, cantaba, componía poesías de un toque casi infantil pero culto y relataba anécdotas de todos sus conocidos. Lidia conserva la ingenuidad infantil, la visión curiosa del niño, que le hace parecer a veces poco inteligente pero muy práctica: “la tristeza se le pasaba pronto. Por la mañana se levantaba cantando e iba a encargar la compra” (Pág. 95). De lo escrito sobre sus actos también se trasluce, o al menos así puede entenderse, que la madre de Natalia Ginzburg fue una mujer educada para ser una dama, poco dada a cualquier actividad práctica y con un juicio más propenso a crear atmósferas ficticiamente amables que a encarar la realidad tal cual. Hubo una época, no tan lejana, en la que eso se consideraba encantador. No hay que olvidar que hablamos de principios del siglo XX. No es mi intención señalar a la mujer con excesiva dureza por resultar irritante.

    Natalia, frente a toda esa familia gritona, comprometida, sociable, se muestra como una niña retraída centrada en sus libros (aunque era una pésima estudiante), en sus poesías y en sus novelas. Su madre siempre la mantuvo al margen de los conflictos familiares “Mi madre a mí no me contaba nada, porque me consideraba pequeña, y además decía que yo «le daba poco cordel»” (Pág. 105) con una actitud protectora incluso cuando Natalia ya estaba casada y tenía hijos. La distancia que todos en la familia mantenían respecto a ella por ser la más pequeña y la más reservada la aprovechó Natalia para convertirse en una meticulosa observadora, aguda y afilada, de cuanto sucedía a su alrededor.

    Y en esto nos encontramos una de las particularidades del libro, es el distanciamiento, Ginzburg apenas habla de sí misma, elige como narradora mantenerse al margen, es un narrador en primera persona pero que no profundiza en sus sentimientos, es un narrador testigo, cuenta las anécdotas e historias de sus allegados casi como si ella no hubiera estado allí. En la nota inicial dice:

    “No deseaba hablar de mí. Esta no es mi historia, sino (incluso con vacíos y lagunas) la de mi familia”

    Al conocer al que sería su marido esperamos encontrar algún detalle sentimental, en absoluto, pues la Ginzburg, con un minimalismo innato, hace entrar al que fue su primer gran amor casi de puntillas.
        «Un día mi padre lo vio (a Mario, uno de los hermanos de Natalia) en la avenida Re Umberto con uno al que conocía de vista, un tal Ginzburg. «¿Qué es lo que hará Mario con ese Ginzburg?», preguntaba a mi madre.» (Pág.115).

    Leone Ginzburg
    Natalia no entra en detalles sobre cómo empezaron a hablar, se enamoraron o formalizaron su relación. Se limita a contarnos cómo su hermano Mario huye a Suiza evitando ser detenido por meter de contrabando propaganda antifascista y cómo en una posterior redada son detenidos su padre, sus hermanos Gino y Alberto y el propio Leone Ginzburg. Es especialmente emotiva esa imagen que la Ginzburg, a pesar de su frialdad en el relato y su tono cuasiperiodístico, nos crea al hacernos imaginar a su madre paseo arriba por la calle Re Umberto con los hatillos de comida y ropa en dirección a la cárcel y paseo abajo por la misma Re Umberto de regreso a casa con los hatillos vacíos de comida y ropa y el corazón lleno de incertidumbre y dolor.
        “«Ginzburg es un hombre –dijo mi madre- cultísimo y muy inteligente, y hace unas bellísimas traducciones del ruso.» «Pero es muy feo –dijo mi padre-. Ya se sabe, los judíos son todos feos.» «¿Y tú? –le preguntó mi madre-. ¿Tú no eres judío?» «De hecho yo también soy feo», respondió mi padre.” (Pág. 115)
    ¿Acaso nos oculta Natalia la gran admiración que siente por Leone? No. Natalia, muy sutilmente, con esa discreción propia de su carácter, nos expresa el amor que siente por ese hombre. ¿Cómo? Haciendo uso de los puntos suspensivos, signo que apenas usa y que por ello nos llama la atención.
        «Leone... Su capacidad de escuchar era inmensa. Sabía escuchar a los demás con gran atención, incluso cuando estaba profundamente ensimismado pensando en sí mismo». (Pag. 153)
         «Leone... Su verdadera pasión era la política. Sin embargo, además de esta vocación, fundamental para él, tenía otras pasiones: la poesía, la filología y la historia». (Pág. 155)

    Natalia y Leone
    Esos tres pequeños puntos contienen tantas cosas… Es un silencio parlanchín, hablador y evocador. Tres puntos que contienen amor y nostalgia; cariño y admiración; tristeza por no tenerle ya a su lado y alegría por haberle conocido. Nunca nadie había usado los puntos suspensivos con tanta magia. Leone introduce a Natalia en el fiel círculo que la acompañaría toda su vida, incluso tras su muerte: Pavese, Giulio Einaudi, Bobbio… Al salir de la cárcel contraen matrimonio, así de repente, pues en el relato no nos da más detalles. Y otra vez, como un jarro de agua fría en una noche helada:
    «Leone había muerto un gélido febrero en el sector alemán de la cárcel de Regina Coeli, en Roma, durante la ocupación alemana». (Pág. 188)
    Con la misma pulcritud, casi aspereza, con la Natalia nos anuncia la existencia de Leone, nos comunica su asesinato. Ni una lágrima en forma de palabra, aséptico como un telegrama. Las emociones que sintió por esa muerte no se atreve a enfrentarlas en el relato de forma directa sino que lo hace indirectamente a través de sus amigos, de la admiración que todos mostraban hacia él, de los retratos que colgaban de Leone en las paredes de sus despachos, o del mutismo que mantenían porque mencionar su nombre era desgarrador. Natalia nos habla a través del dolor de los demás e intenta, sin éxito, retener el suyo propio.  La periodista italiana
    Oriana Fallaci entrevistando a Natalia Ginzburg
    Oriana Fallaci  quien la entrevistó en 1963 señala que a pesar de la fama de
     mujer fría de Natalia estuvo a punto de echarse a llorar cuando la oyó hablar de la muerte de su marido, Leon Gingzburg, a manos de los alemanes. Todavía le costaba hablar de él. Era tanto su dolor pasado el tiempo que había preferido no mencionar su muerte en el libro

    Tras el anuncio al lector de la muerte de su marido, ni una palabra sobre ella y sus sentimientos. Nada. No quería ser personaje principal de su historia. La pena se proyecta en el sufrimiento de Cesare Pavese. “Había sido su mejor amigo. Seguramente enumeraría aquella pérdida entre las cosas que lo desgarraban”. Un desgarro que se sumó a otros que ya llevaba de antes y a otros que le llegaron después. La cuestión es que todo junto empujó a Pavese al suicidio en 1950. “Había hablado durante años de suicidarse. Jamás le creyó nadie. Cuando los alemanes invadieron Francia y venía, comiendo cerezas, a vernos a Leone y a mí ya hablaba de ello.Cesare Pavese se guardaba las cerezas en el bolsillo de la chaqueta.

    Cesare Pavese
    Lamenta Natalia que tras su muerte no queda rastro de la ironía, la sonrisa maligna que Pavese guardaba para sus amigos. Sólo para sus amigos, ya que “al amor y a la escritura se entregaba sin embargo con un estado de ánimo tan enfebrecido y tan calculado que nunca sabía reírse de ellos ni llegaba a ser él mismo por completo”.
    Pero, ¿cómo consigue Natalia convertir su léxico familiar en algo reconocible por nosotros, los lectores? Primero nos cuenta algo característico de alguien, por ejemplo, que su padre “temía que nosotros «comiéramos de gorra» en casa de otros”; no le basta con contárnoslo sino que después pone al personaje hablando sobre ese temor: “«¡Has comido de gorra en casa de Frances! ¡No me gusta!»” y a continuación nos repite una y otra vez esa característica: “mi padre protestaba: «¡Antipático! ¡Pero bien que has comido de gorra!».” (Pág. 88) De esa manera, cuando páginas después volvemos a ver a su padre aleccionando de nuevo “«¡No debéis comer de gorrano podemos evitar sonreírnos porque ya formamos parte de esa familia, ya Natalia nos ha hecho miembros de ella.

    El confinamiento de la escritora Natalia Ginzburg : "Fue la mejor época de mi vida"

     


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