domingo, 10 de julio de 2016

IAN McEWAN: La ley del menor



Ian McEwan nació el 21 de mayo de 1948 en la localidad inglesa de Aldershot (Reino Unido). Es hijo de un militar escocés. A causa del trabajo de su padre, Ian creció en diferentes lugares del mundo, entre ellos Singapur o Trípoli.
Estudió escritura creativa en la Universidad de East Anglia y debutó como literato a mediados de los años 70 con “Primer Amor, Últimos Ritos (First Love, Last Rites)” (1975), un libro de relatos con el que ganó el premio Somerset Maugham. Tres años más tarde publicó otra colección de textos cortos titulada “Entre Las Sábanas (In Between the Sheets)” (1978).

Debutó como novelista con Jardín Del Cemento (The cement garden) (1978). Novela  narraba las peripecias de un grupo de huérfanos escondiendo a su madre muerta para así no verse desunidos, McEwan se convirtió en uno de los más importantes novelistas británicos gracias a títulos como “El Placer Del Viajero (The comfort of strangers)” (1981), “Niños En El Tiempo (The child in time)” (1987), “El Inocente (The innocent)” (1990), “Perros Negros (Black Dogs)” (1992), “The Daydreamer” (1994), “Amor Perdurable (Enduring Love)” (1997), “Amsterdam (Amsterdam)” (1998), novela por la que obtuvo el premio Booker, y “Expiación (Atonement)” (2001).
“Sábado (Saturday)” (2005) se centra en la reflexión vital de un neurocirujano con el contexto terrorista y la guerra de Iraq, mientras que “Chesil Beach” (2007) se ambienta en los años 60 para narrar una historia de amor entre jóvenes de distinta clase social.


En “Solar” (2010), libro satírico con el cambio climático en primer plano, cuenta la historia de Michael Beard, un científico ganador del premio Nobel que sufre por las infidelidades de su mujer diecinueve años más joven que él.
La novela “Operación Dulce” nos llevó a tiempos de la Guerra Fría. Más tarde Ian McEwan publicó “La Ley Del Menor”, novela sobre cuestiones legales, éticas, morales, familiares y religiosas.
Además de estos trabajos literarios, Ian McEwan ha trabajado en televisión y en el cine como guionista, escribiendo las películas “The Ploughman’s Lunch” (1983) o “El Buen Hijo” (1993).







McEwan, Ian - Editorial Anagrama



LA LEY DEL MENOR

"Cuando un tribunal se pronuncia sobre cualquier cuestión relativa a [...] la educación de un niño [...] el bienestar del menor será la consideración primordial del juez."

Sección I (a) Ley del MENOR (1989)

"Ningún niño era una isla"

"Londres. Una semana después de iniciado el Trinity Term. Clima implacable de junio. Fiona Maye, magistrada del Tribunal Superior de Justicia, tumbada de espaldas una noche de domingo en un diván de su domicilio, miraba por encima de sus pies, enfundados en unas medias, hacia el fondo de la habitación, hacia unas estanterías empotradas, parcialmente visibles junto a la chimenea y, a un costado, al lado de una ventana alta, a una litografía de Renoir de una bañista, comprada treinta años antes por cincuenta libras. Probablemente falsa."

En este tono y con este fragmento se inicia la novela La ley del menor, se nos presenta a la protagonista y se hace hincapié en su oficio, magistrada del Tribunal Superior de Justicia, como si este hecho fuera el elemento principal  del personaje que nos presenta. Y automáticamente nos percatamos de que Fiona es mucho más que un oficio y quizá en esta dicotomía entre el estar y el ser se centraría uno de los temas principales de la novela, ella ejerce su oficio con responsabilidad, equidad y cumpliendo el reglamento y las normas, pero la vida es aquello pasa por delante mientras cree tenerlo todo controlado. 

Fiona Maye, cincuenta y nueve años, jueza del Tribunal Superior especializada en derecho de familia que sin embargo no ha formado la suya propia, ha sacrificado la maternidad por su trabajo y ha camuflado su instinto maternal acogiendo sobrinos y parientes que la entretienen algún que otro fin de semana pero que no le suponen ni el esfuerzo ni el sacrificio que realmente comportan los hijos. Su matrimonio naufraga en la rutina, "Era pasión, no devoción, lo que le faltaba" (pág. 30). Jack, su marido, profesor de historia y a punto de cumplir la sesentena en un tono serio, desapasionado y muy británico le pide en peculiar permiso: quiere tener la primera y última aventura con una tal Melanie desea tener una aventura con una jovencita, porque ya no puede más de aburrimiento. Ella, racional y  dolida no accede a la petición de su esposo y este se marcha de casa sin dar un portazo,  todo muy civilizado y muy británico.

Y mientras su matrimonio se hunde le llega el caso de Adam Henry... el juzgado de Fiona recibe el caso de un adolescente testigo de Jehová que padece leucemia y necesita una transfusión urgente. Pero el chico, debido a sus creencias religiosas, se niega a recibir la sangre. Le toca a la jueza decidir si los médicos deben inyectarle la vida contra su voluntad, es decir, si una persona tiene derecho a morir por sus convicciones o si el Estado puede forzarla a actuar racionalmente. Adam es un chico inteligente, muy inteligente, maduro para su edad, guapo y sensible. Lamentablemente, padece leucemia y Fiona irá a verlo al hospital. Habla con él de poesía, le escucha tocar el violín...

De la primera parte se han ocupado los críticos literarios. Han hablado de lo inverosímil de la trama, de la debilidad de los personajes o de lo apresurado de los ritmos. Coincido con ellos. En esa parte, el relato va deprisa y sin detalles. Ello, sin embargo, me parece intencionado, tal vez hasta adecuado. La intención de McEwan no es contar cómo se desgaja un matrimonio, ni cómo ni por qué se recompone. Lo que le interesa es dar cuenta del mundo judicial inglés y, en particular, del modo en que ante casos graves opera una juzgadora. De las maneras en que el derecho impera sobre otras formas sociales.


Las dos tramas funcionan de forma paralela, con idéntica impronta en el desarrollo de la novela y sin que a priori, ni tal vez a posteriori, exista una interrelación entre ambas. Quizá por ello me ha costado entender la intención, o propósito si se prefiere, de Ian McEwan. La dicotomía entre la libertad personal y la legalidad en defensa de la vida resulta obvia. Ya antes del asunto de Adam, Fiona Maye tuvo que juzgar casos de similar calado: el de unos padres católicos que se negaban a separar a sus hijas siamesas porque una de ellas moriría; el de un musulmán que quería retirar la custodia de su hija asignada a la madre porque no la educaba de acuerdo a sus creencias; o la de unos judíos ortodoxos que también cuestionaban determinados tipos de educación occidental.


Los casos considerados son reales. Muchos de ellos fueron fallados por Sir Allan Ward y están difundidos y reconocidos en el mundo jurídico internacional. ¿A qué parte se debe asignar la custodia de dos hijos y sus posibilidades de desarrollo cuando uno de sus padres profesa una fe religiosa más estricta que el otro al extremo de dificultar la educación de los menores? ¿A quién (o a qué) se debe acudir para determinar la separación de unos siameses frente a la disyuntiva de salvar la vida a uno y matar al otro o, irremediablemente, dejar que ambos mueran en breve plazo? ¿Qué hacer frente a la negativa absoluta de un menor de edad, sus padres y su comunidad religiosa para recibir una transfusión sanguínea frente a la necesidad imperiosa de hacerla para mantener la vida misma del primero?

McEwan se adentró en el complejo sistema jurídico y judicial inglés. Conversó con jueces y estudió sus prácticas. Entendió sus diferentes dilemas de resolución. Luego, les dio forma literaria. Identificó un mundo propio influenciado por la moral y la religión, pero bien diferenciado de ellas. Un mundo construido para tratar de resolver, si no todos, sí variados conflictos sociales. Un mundo donde prevalecen normas legislativas, precedentes judiciales, pruebas y argumentos. Un espacio donde el conflicto humano debe transformarse en litigio para hacerse visible y resoluble a partir de elementos propios.

A partir de aquí y de la decisión que se tomará de acuerdo a la Ley del Menor, McEwan nos trae una novela cargada de decisiones éticas y de conflictos. Con un estilo sosegado y armonioso, en estas páginas vamos a encontrar el punto en el que la fe y la justicia se encuentran y se repelen y como todos necesitamos un asidero al que agarrarnos.

Los personajes se mueven en ambientes refinados, cultos pero hay un transfondo de justicia social, como en el caso de los muchachos que mantiene una pelea en la puerta de un pub y el abogado se queja de que en el fondo la clase social es lo que ha condenado a su cliente, pero esta reflexión se contrapone a la impaciencia de Fiona esperando que su compañero termine su perorata para empezar con los ensayos, con una frivolidad aplastante. 


Estos temas se enmarcan en una narración vertiginosa y llena de detalles. Con un lenguaje concreto, conciso y sin florituras. Con su forma directa de exponer las cuestiones. Con su propio bagaje de escritor experimentado y de larga trayectoria. Con su elegancia. Porque McEwanes un escritor elegante, que no desea hacer sangre sino, quizá, ahondar en lo más sagrado que tenemos los seres humanos, aquello que nos toca más ampliamente. Una pieza de cámara tan depurada y económica como repleta de conflictos y volúmenes; una novela grácil y armoniosa, clásica en el mejor sentido de la palabra, que juega su partida en el terreno genuino de la escritura más indagadora: el de los dilemas éticos y las responsabilidades morales; el de las preguntas difíciles de responder pero imposibles de soslayar. La ley del menor habla del lugar donde justicia y fe se encuentran y se repelen; de las decisiones y sus consecuencias sobre nosotros y los demás; de la búsqueda de sentido, de asideros, y de lo que sucede cuando éstos se nos escapan de las manos: lo hace con la seguridad tranquila de un maestro en la plenitud quintaesenciada de sus facultades.


Y la novela termina: 
"Estaban cara a cara en la media luz, y mientras la gran ciudad lavada por la lluvia, fuera del dormitorio, implantaba sus más tenues ritmos nocturnos, y su matrimonio se renovaba a trompicones, ella le habló en voz baja y firme de su vergüenza, de la pasión por la vida de aquel dulce chico y del papel que ella había desempeñado en la muerte de Adam"


Música y poesía: 

Versión de Benjamin Britten del poema de Yeats "Down by the Salley Gardens", que toca Adam al violín y Fiona canta en su primera entrevista en el hospita.






Poema de Yeats: ALLÁ EN LOS JARDINES DE SALLEY (DOWN BY THE SALLEY GARDENS)



Down by the salley gardens my love and I did meet;
She passed the salley gardens with little snow-white feet.
She bid me take love easy, as the leaves grow on the tree;
But I, being young and foolish, with her would not agree.
Allá en los jardines de Salley mi amor y yo nos encontramos;
Pasó por los jardines de Salley con pies pequeños, blancos como nieve.
Me dijo que me tomase el amor con naturalidad, como las hojas que crecen en el árbol;
Pero yo, siendo joven y tonto, no estuve de acuerdo con ella.
In a field by the river my love and I did stand,
And on my leaning shoulder she laid her snow-white hand.
She bid me take life easy, as the grass grows on the weirs;
But I was young and foolish, and now am full of tears.
En un prado junto al río mi amor y yo nos encontrábamos,
Y en mi hombro inclinado ella apoyó su mano, blanca como nieve.
Me dijo que me tomase la vida con naturalidad, como la yerba crece en las presas;
Pero yo era joven y tonto, y ahora estoy lleno de lágrimas.

KEITH JARRET Facing You



Nuits d'été Berlioz


MAHLER: Estoy perdido en el mundo



Librería Wildy


















Su domicilio: Gray´s Inn
"Dobló hacia Gray´s Inn, su santuario familiar. Cuando se adentraba allí siempre le agradaba percibir cómio se apalcaba el estruendo del tráfico urbano. Una comunidad privada de carácter histórico, una fortaleza de letrados y jueces  que también eran musicos, amantes del vino, aspirantes a escritores... Adoraba aquel lugra y nunca quiso marcharse." 



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16 autores británicos que devorar.


Fecunda como pocas, la literatura de Reino Unido ha alumbrado a un sinnúmero de escritores esenciales en todos los géneros. 


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