martes, 12 de marzo de 2019

UN BUEN PRINCIPIO...


A continuación los presento los fragmentos iniciales de obras clásicas de la literatura universal:
1- Don Quijote de la Mancha, de Cervantes.
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.”
2- Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino.
“Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida.”
3- Lolita, de Vladimir Nabokov.
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.”
4- Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”

5- Yo, Claudio, de Robert Graves.
“Yo, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico esto-lo-otro-y-lo-de-más-allá…”
6- La regenta, de Leopoldo Alas Clarín.
“La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte.”
7- Historia de dos ciudades, de Charles Dickens.
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.
8- El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias.
“¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanadas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre!”
9- El filo de la navaja, de William Somerset Maugham.
“Nunca he comenzado una novela con tanto recelo. La llamo novela porque no sé qué otro nombre darle. Su valor anecdótico es escaso y no acaba ni en muerte ni en boda.
10- Rayuela, de Julio Cortázar.
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua.

11- El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger.
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.”
12- El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald.
“En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza.”Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas…”
13- Tiempo de silencio,  de Luis Martín Santos.
“Sonaba el teléfono y he oído el timbre. He cogido el aparato. No me he enterado bien. He dejado el teléfono. He dicho: «Amador». Ha venido con sus gruesos labios y ha cogido el teléfono.”

14- La metamorfosis, de Franz Kafka.
“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.”
15- Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa.
“Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”
16- Anna Karenina, de León Tolstoi.
“Las familias felices son todas iguales; las infelices lo son cada una a su manera.”
17- El viejo y el mar, de Ernest Hemingway.
“Era un viejo que pescaba solo en un bote en la corriente del Golfo y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez.
18- Middlesex, de Jeffrey Eugenides.
“Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica en Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974”.

19- El túnel, de Ernesto Sabato.
“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y  que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.”
20- Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño.
“2 de noviembre. He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.
21- El tambor de hojalata, de Günter Grass.
“Lo reconozco: estoy internado en un establecimiento psiquiátrico y mi enfermero me observa, casi no me quita el ojo de encima; porque en la puerta hay una mirilla, y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que a mí, que soy de ojos azules, no es capaz de calarme.”
22- Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk.
“Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida.”
23- David Copperfield, de Charles Dickens.
“Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas. Para empezar mi historia desde el principio, diré que nací (según me han dicho y yo lo creo) un viernes a las doce en punto de la noche. Y, cosa curiosa, el reloj empezó a sonar y yo a gritar simultáneamente.”

24- El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers.
“En la ciudad había dos mudos, y siempre estaban juntos”

25- 1984, de George Orwell.
“Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece”.
27- Moby Dick, de Herman Melville.
“Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo.”
28- Matadero cinco, de Kurt Vonnegut.
“Todo esto sucedió, más o menos“.
29- El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas.
“El 24 de febrero de 1815, el vigía de Nuestra Señora de la Guarda dio la señal de que se hallaba a la vista el bergantín El Faraón procedente de Esmirna, Trieste y Nápoles.”
30- El Siglo de las Luces, de Alejo Carpentier.
“Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y réquiem —y había venido éste de gran uniforme, y había llorado aquél, y había dicho el otro que no éramos nada…”
31- Musashi. La leyenda del samurai, de Eiji Yoshikawa.
“Takezo yacía entre los cadáveres, que se contaban por millares. «El mundo entero se ha vuelto loco —pensó nebulosamente—. Un hombre podría compararse a una hoja muerta arrastrada por la brisa otoñal.» Él mismo parecía uno de aquellos cuerpos sin vida que le rodeaban.”
32- Orgullo y prejuicio, de Jane Austen.
“Es una verdad universalmente aceptada, que todo hombre soltero en posesión de una buena fortuna, debe estar en búsqueda de esposa.”

33- Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Marquez.
“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.”
34- Robinson Crusoe, de Daniel Defoe.
“Nací en el año 1632 en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no del país, pues mi padre era un extranjero, oriundo de Bremen, que se había radicado inicialmente en Hull. Gracias al comercio, poseía un considerable patrimonio, y, al abandonar los negocios, vino a vivir a York, donde casó con mi madre, que pertenecía a una distinguida familia de la región, de nombre Robinson, razón por la cual yo fui llamado Robinson Kreutznaer.”

35- El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien.
“Cuando el señor Bilbo Bolsón de Bolsón Cerrado anunció que muy pronto celebraría su cumpleaños centesimodecimoprimero con una fiesta de especial magnificencia, hubo muchos comentarios y excitación en Hobbiton.”
36- Cuentos de amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga.
“Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia.”
37- Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
“Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el indicador de paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este paso.”

38- El principito, de Antoine de Saint-Exupéry.
“Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba “Historias vividas”, una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.”
39- El nombre de la rosa, de Eco
“En el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Esto era en el principio, en Dios, y el monje fiel debería repetir cada día con salmodiante humildad ese acontecimiento inmutable cuya verdad es la única que puede afirmarse con certeza incontrovertible.”
40- El extranjero, de Camus
Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: “Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias”. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
41- Colmillo Blanco, de London
Aun lado y a otro del helado cauce de erguía un oscuro bosque de abetos de ceñudo aspecto. Hacía poco que el viento había despojado a los árboles de la capa de hielo que los cubría y, en medio de la escasa claridad, que se iba debilitando por momentos, parecían inclinarse unos hacia otros, negros y siniestros. Reinaba un profundo silencio en toda la vasta extensión de aquella tierra. Era la desolación misma, sin vida, sin movimiento, tan solitaria y fría que ni siquiera bastaría decir, para describirla, que su esencia era la tristeza.

42- El camino, de Delibes
Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.
43- Asfixia, de Palahniuk
Si vas a leer esto, no te preocupes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate. Seguro que hay algo mejor en la televisión. O, ya que tienes tanto tiempo libre, a lo mejor puedes hacer un cursillo nocturno. Hazte médico. Puedes hacer algo útil con tu vida. Llévate a ti mismo a cenar. Tíñete el pelo. No te vas a volver más joven. Al principio lo que se cuenta aquí te va a cabrear. Luego se volverá cada vez peor.
44- El aleph, de Borges
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
45- El jardín de cemento, de McEwan
Yo no maté a mi padre, pero a veces me he sentido como si hubiera contribuido a ello.
46- La máquina del tiempo, de H. G. Wells
El Viajero a través del Tiempo (pues convendrá llamarle así al hablar de él) nos exponía una misteriosa cuestión. Sus ojos grises brillaban lanzando centellas, y su rostro, habitualmente pálido, mostrábase encendido y animado. El fuego ardía fulgurante y el suave resplandor de las lámparas incandescentes, en forma de lirios de plata, se prendía en las burbujas que destellaban y subían dentro de nuestras copas.
47- El mundo de Sofía, de Gaarder
…al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde no había nada de nada…

48- La familia de Pascual Duarte, de Cela
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo.

49- A sangre fría, de Capote
El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras trigueras del oeste de Kansas, una zona solitaria que otros habitantes de Kansas llaman “allá”.

50- Fahrehneit 451, de Bradbury
Constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia.
51- El Hobbit, de Tolkien
En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
52- La Plaça del diamant, de Mercé Rodoreda
La Julieta vino expresamente a la pastelería para decirme que, antes de rifar el ramo, rifarían cafeteras; que ella ya las había visto: preciosas, blancas, con una naranja pin-tada, cortada por la mitad, enseñando los gajos. Yo no tenía ganas de ir a bailar, ni tenía ganas de salir, porque me había pasado el día despachando dulces, y las puntas de los dedos me dolían de tanto apretar cordeles dorados y de tanto hacer nudos y lazadas.
53- El mecanoscrit del segon origen, de Manuel de Pedrolo.
L'Alba, una noia de catorze anys,verge i bruna, tornava de l'hort de casaseva amb un cistellet de figues negres,de coll de dama, quan s'aturà aavergonyir dos nois, que n'apallissavenun altre i el feien caure al toll de laresclosa, i els va dir:—Què us ha fet?
54- Fiebre en las gradas, de Hornby
Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo.
55- La isla del tesoro, de Stevenson
El squire Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros caballeros me han indicado que ponga por escrito todo lo referente a la Isla del Tesoro, sin omitir detalle, aunque sin mencionar la posición de la isla, ya que todavía en ella quedan riquezas enterradas; y por ello tomo mi pluma en este año de gracia de 17… y mi memoria se remonta al tiempo en que mi padre era dueño de la hostería «Almirante Benbow», y el viejo curtido navegante, con su rostro cruzado por un sablazo, buscó cobijo bajo nuestro techo.

56- La Estrella de Ratner, de Don DeLillo
El pequeño Billy Twillig se subió a bordo de un 747 con rumbo a una tierra lejana. Esto se sabe a ciencia cierta. El hecho de que se subió al avión. El avión era un Sony 747, etiquetado como tal y programado para llegar a su punto de destino un número exacto de horas después del despegue. Todo esto es susceptible de verificación, marcado con guijarros (khalix, calculus), tan real como el número uno.

57- Jane Eyre de Charlotte Brontë
“Aquel día no hubo manera de dar un paseo. El caso es que por la mañana anduvimos deambulando una hora entre los pelados arbustos; pero después de comer -y la señora Reed, cuando no había invitados, comía pronto- el helado viento invernal había acarreado unas nubes tan sombrías y una lluvia tan penetrante que volver a a poner el pie fuera de casa era algo que a nadie se le pasaba por la cabeza. Yo me alegré.”
58- El castillo soñado de Dodie Smith
“Escribo esto sentada en el fregadero de la cocina”
59- El hombre que se enamoró de la luna de Tom Spanbauer.
“Si tu eres el diablo, no soy yo quien cuenta esta historia. Ni soy Afuera-en-el-Cobertizo. Ése es el nombre que ella me dio sin siquiera saberlo.”
60- Ulises de James Joyce
Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó: -Introibo ad altare Dei. Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente: -¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita!


Fuente: Walter Gonzalves. "Los 80 mejores comienzos de la historia de la literatura".  Revista Culturama

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